Comentario
La comunidad judía medieval presentaba una organización muy jerarquizada, donde cada uno cumplía su función y cuyo objetivo final era el beneficio de ésta. Funcionarios asalariados para administrar diversas actividades e instituciones, incluyendo los establecimientos educacionales y religiosos, la recaudación de impuestos o la beneficencia son algunas de las tareas que los judíos debían cumplir. Se trataba, por tanto, de una sociedad fuertemente cohesionada y blindada por ideología e intereses comunes. Existía también una fuerte responsabilidad social, pues aquellas personas con menores recursos eran ayudadas por los miembros más prósperos mediante instituciones caritativas comunes o de beneficencia individual.
También contaban con una serie de prohibiciones, como la de tener esclavos o la de ingresar en los famosos gremios de etapa Medieval. Lo primero les permitió desarrollar una especialización económica y lo segundo les impidió prácticamente trabajar en el campo agrario e industrial e, incluso, formar parte del ejército, el gobierno y las "profesiones liberales", salvo la medicina. Sin embargo, en el campo donde más van a destacar, y el que les reportará también gran cantidad de problemas y odios, es el económico, pues se dedicaron al prestamismo y a las actividades comerciales, enriqueciéndose rápidamente. Ante su impopularidad tendieron a agruparse en barrios cuya unidad básica era la familia, verdadera fuerza del sistema social judío, ya que ésta era fuerte, leal y numerosa. Proporcionaba estabilidad y seguridad en todos los aspectos de la vida (económico, social, religioso, etc.) y era en el hogar donde comenzaba la religión, pues en ella se celebraban las fiestas rituales y donde se recibía su educación. Ésta imponía un estricto código de conducta sexual, cuyo propósito era la conservación y santificación de la familia. La falta de hijos y la esterilidad eran consideradas como desgracias que la propia familia intentaba mitigar. Estaba muy extendido entre las comunidades la concertación de matrimonios, dando lugar a fuertes vínculos familiares. Los viejos eran muy respetados y vistos como fuente de sabiduría, mientras los niños representaban la continuidad de la familia dentro de la comunidad, encargada de su educación.
Desde el punto de vista social, el sistema favorecía a los hombres por encima de las mujeres, quedando excluidas del poder. Lo mismo sucedía con niños y niñas, las cuales apenas recibían educación, además de tener prohibida su participación en los actos religiosos que se realizaban en las sinagogas. Las normas de recato y pureza ritual eran aplicadas más estrictamente a las mujeres que a los hombres, mientras que sobre éstos recaían mayormente las observancias religiosas. Legalmente se las igualaba con niños y esclavos, no pudiendo dar testimonio ante un tribunal o quedando exentas de remuneración en los trabajos, contando sólo con cierta libertad y respeto dentro del hogar.
Como podemos observar, por tanto, la sociedad judía en la Edad Media se caracteriza por una fuerte cerrazón respecto al resto de la sociedad y donde nadie nuevo entraba, salvo por nacimiento, ni salía, salvo por defunción. La comunidad estaba por encima del individuo y éste debía trabajar por el bienestar del grupo. En muchos sentidos, su vida reflejaba el carácter del mundo no judío, directamente responsable de muchas de sus características.