Comentario
Los investigadores no se ponen de acuerdo a la hora de decidir cuándo y cómo se produce el paso del hombre desde Siberia a Alaska. La opinión más generalizada sostiene que éste tiene lugar hace unos 40.000 años por medio de pequeñas bandas poco sofisticadas tecnológicamente, que basan su sistema de vida en la recolección de frutos y plantas silvestres y en la caza. Otros opinan que estas pequeñas comunidades son cazadores especializados en la caza de grandes herbívoros, con una cultura típica del Paleolítico Superior, definida por un evolucionado complejo tecnológico basado en la confección de puntas de proyectil, y cuyo paso se produce hacia el 12.000 a.C.
A pesar de que los implementos de mayor antigüedad presentan serios problemas de datación, y de que muchos de ellos no son admitidos por algunos arqueólogos como verdaderos utensilios culturales, lo cierto es que cada vez existen más datos que documentan la presencia del hombre en América hacia el 40.000 a.C. Krieger denominó este momento antiguo como Horizonte de Pre-puntas de Proyectil, también conocido como Cultura de Nódulos y Lascas o, de modo más genérico, Paleolítico Inferior y Medio.
La etapa se caracteriza por industrias de piedra, hueso y madera a base de guijarros, lascas, raederas y otros útiles unifaciales tallados por percusión, sin que exista evidencia de confección de puntas de proyectil especializadas, sino tan sólo pre-formas.
El sitio más antiguo que se conoce es el de Blue Fish Cave, junto al río Yukón, datado en 39.000 a.C. e, incluso, el de Old Town, cuyos niveles datan según Mac Neish del 68.000 a.C. En Shriger, al norte de Missouri, existen útiles de talla unifacial y trabajos en hueso del 43.000 a.C. El Complejo Old Crown, al norte del Yukón, incluye grandes huesos quebrados y trabajados de mamut y caribú, más que instrumentos de piedra. China Lake, con fecha de 42.350 a.C. y los hallazgos en Isla Santa Rosa, Levi y Lewisville (Texas) fechados hacia el 36.000 a.C., documentan esta antigüedad de la Cultura de Nódulos y Lascas en Norteamérica.
Las evidencias aisladas en Mesoamérica y América Central confirman la profundidad cronológica de las culturas americanas. El Bosque (Nicaragua), Valsequillo, fechado hasta en el 35.000 a.C., Tequixquiac, Tlapacoya o sitios de la Cueva del Diablo y otros muchos yacimientos mexicanos documentan este antiguo Horizonte de Pre-puntas de Proyectil. En esta región se define por toscas industrias en piedra conseguidas por percusión y talla unifacial (guijarros, lascas, raederas y tajadores), junto con otras de madera y hueso, que manifiestan una manera de vida no especializada en la caza, sino con mayor énfasis en la recolección de frutas, semillas y raíces; no obstante, en ocasiones también se asocian a mamut, caballo, bisonte, camello y otros animales extintos. En estos yacimientos se han encontrado las primeras manifestaciones artísticas del hombre americano, como el hueso sacro de un camélido encontrado en Tequixquiac que representa un coyote, y un fragmento de pelvis de proboscídeo en el que se diseñaron representaciones incisas de mamut, tapir y bisonte.
También en América del Sur se ha registrado este mismo nivel cultural, aunque la documentación es más dispersa. Sitios como la cueva de Pickimachay en su fase Paccaicasa de 22.000 a.C., el complejo Ayacucho y Guitarrero en Perú, Rancho Peludo y Manzanillo en Venezuela, Tagua Tagua en Chile y Los Toldos en Argentina entre otros asentamientos, mantienen estas mismas pautas culturales. Antigüedades como la obtenida en la cueva de Pedra Furada (Brasil) de 30.200 a.C. o Monte Verde (Chile) de 31.500 a.C., confirman que el poblamiento del Nuevo Mundo fue continuo, rápido, de tal manera que en menos de diez mil años el hombre pudo pasar de un extremo a otro del continente.
Sin embargo, si la cuestión de cuándo y cómo se produce el paso desde Siberia a Alaska ha sido y es objeto de arduas discusiones, la cuestión sobre el origen del hombre americano ha estado permanentemente en debate. El contacto del mundo occidental con las culturas americanas ocurrido al finalizar el siglo XV originó, entre otras consecuencias, multitud de teorías que tenían la finalidad de explicar la naturaleza del hombre americano y de las formas culturales que protagonizó. Para ello, el colonizador del siglo XVI contaba con un conocimiento clasicista de la historia, formado a partir de textos paganos de la antigüedad clásica y de los mitos cristianos acerca del origen de la Humanidad. De ahí que estimara que las culturas descubiertas tenían un origen egipcio, asirio, cananeo, fenicio, israelita o griego. Con todo, la idea que más éxito tuvo fue aquella que las emparentaba con la dispersión de las tribus de Israel anunciada por el Antiguo Testamento.
El XVIII es el siglo de la Ilustración, que apadrinó la realización de numerosas expediciones científicas que profundizaron en el conocimiento de las culturas americanas, desechando la tesis del origen único de la creación del hombre y su dispersión en diferentes migraciones. La idea de una génesis independiente del hombre en África, Europa o América permite pensar en una evolución independiente; algunos investigadores maximalistas, como Ameghino, llegan incluso a defender que toda la Humanidad procede del hombre americano.
Paralelamente a estas formulaciones planteadas desde el siglo XVI se desarrolla una corriente seudo-científica que sostiene orígenes disparatados, y se fundamenta en tradiciones fantásticas y en creencias religiosas: son aquellas que los hacen proceder del continente perdido de Mu-Lemuria, de la Atlántida o de los mormones. Esta corriente tiene su continuidad en la actualidad por medio de los defensores de la participación de los extraterrestres en la fundación de las civilizaciones americanas.
Los siglos XIX y XX han dejado bien claro, si bien aún con voces discordantes, que el hombre americano es originario de Asia, y que el paso a América se produjo a través del Estrecho de Bering por medio de migraciones de origen mongoloide; sin que ello descarte de manera definitiva otras rutas y aportaciones, como las de origen polinesio.
Con todo, seguimos sin determinar de manera concreta cuándo se produjo el paso, qué aspecto tenían sus protagonistas, cómo vivían y cuál era su instrumental básico. Sí conocemos que el género corresponde a Homo sapiens sapiens, descartándose otras posibilidades más antiguas. Su llegada al Nuevo Continente forma parte de un contexto de migración y colonización que caracteriza toda la historia de la Humanidad, en este caso procedente de las estepas centrales de Asia y de la región más nororiental de Siberia.
En un momento no determinado aún, pero que se puede establecer hacia el 10.000 a.C., se produce un profundo cambio tecnológico mediante el cual las industrias del Paleolítico Medio caracterizadas por el retoque unifacial, son desplazadas por otras de trabajo bifacial, talladas por percusión y por presión. El utensilio principal es la punta de proyectil, que se asocia a tajadores, cuchillos, perforadores, raederas, agujas y muy variados utensilios, de piedra, madera y hueso. Esta transformación va unida a la especialización del hombre como gran cazador, de manera que la mayor parte de ellas estarán asociadas a esqueletos de grandes herbívoros.
Este proceso se detecta por primera vez en Estados Unidos, donde se ha establecido una secuencia de puntas denominadas Llano, Folsom y Plano. La cultura Llano está definida por un instrumento de matanza: la punta Clovis, que se relaciona con restos de mamut y forma parte de un complejo de utensilios que incluye cuchillas prismáticas, lascas, raederas y objetos de hueso y marfil. Clovis es una punta lanceolada de 7 a 15 cm de longitud, en cuya base se ha practicado una acanaladura que abarca un tercio del instrumento, con el fin de ser atada a un astil.
Esta técnica se expande desde el 9.500 al 9.000 a.C., y se asocia a pequeñas bandas de cazadores de grandes herbívoros como mamut imperial en sitios de muerte y destazamiento. Su distribución afecta al sur de Canadá y grandes zonas de Estados Unidos. Blackwater Draw, Ceca de Clovis, Nuevo Mexico, Debert, Bull Brook y otros sitios manifiestan esta tradición. La evidencia arqueológica muestra que caballos, bisontes, mamuts, caribú, buey almizclero y otros grandes herbívoros fueron conducidos desde sus pastizales a zonas pantanosas y desfiladeros por parte de los cazadores. Allí se produjeron estampidas mediante gritos y fuego hasta acorralar a los animales en el fango o en el desfiladero y sacrificarlos. Después, los destazaron, ahumaron y trataron la carne para su conservación, curtieron sus pieles, y transformaron algunas de sus materias básicas.
La tradición Clovis fue desplazada por otra, Folsom, tipificada por una punta más acanalada, ligera y pequeña, quizás como respuesta a una nueva adaptación a animales más pequeños como el bisonte, según se ha podido comprobar en Debert, Bull Brook y Lindermeier. Su distribución cronológica abarca desde el 9.200 al 8.600 a.C.
Plano desplaza las puntas acanaladas por otras sin escotadura basal, y su secuencia dura entre el 9.000 y el 6.000 a.C. En el sitio Olsen Chubbock aparecieron los restos de cerca de 200 bisontes en las orillas de un arroyo asociados a varios tipos de puntas. La excesiva cantidad de animales y la variación instrumental documentan un hecho de importancia: en ciertas épocas de abundancia de caza se ha podido producir una integración interbandas, que colaboran en la caza pero que, de manera más importante, interaccionan entre sí, intercambiando productos, conocimientos, esposas y experiencias culturales.
No todas las sociedades de Norteamérica se especializaron en esta dirección, sino que los cambios en el medio ambiente produjeron grandes diferencias ecológicas, que tenían su reflejo en diferentes sistemas adaptativos; de modo que otros grupos vivían preferentemente de la recolección, emparentándose con un sistema de vida típico de la etapa anterior y desarrollando la Tradición Cultural del Desierto.
En Mesoamérica son muchos los yacimientos en los que se ha detectado el uso de puntas de proyectil, si bien algunos de ellos presentan variaciones regionales. En Santa Isabel Iztapan se hallaron dos mamuts imperiales, pero en otros muchos sitios de los Estados de Sonora, Nuevo León, Tamaulipas, Puebla, Oaxaca, Chiapas, etc., su relación no es únicamente con restos de grandes herbívoros, sino que se combinan con el uso de semillas y vegetales asociados a instrumentos de molienda (manos y morteros), indicando otras posibilidades de subsistencia más emparentada con el consumo de productos vegetales.
En América del Sur este fenómeno está comprobado con precisión, y se define por dos tradiciones básicas que surgen poco antes del 9.000 a.C.: las puntas de cola de pescado, que aparecen desde el Lago Madden en Panamá hasta la Cueva Fell en Patagonia, y tienen una orientación sureña; estos útiles presentan también variaciones regionales como las denominadas El Jobo en Venezuela y Ayampitin en Argentina. Y las puntas de tipo lanceolado, de origen más septentrional, como las detectadas en Lauricocha (7.525 a.C.), Toquepala (7.540 a.C.), Telarmarchay, Chivateros y Guitarrero, documentadas en diversas zonas de Ecuador y Perú. En cualquier caso, ambos tipos de útiles estaban emparentados con restos de venados y auquénidos como vicuña, llama y guanaco, poniendo de manifiesto que aquí también se estaba produciendo la extinción de los grandes herbívoros, que fueron reemplazados por otros animales de tamaño más pequeño. Se asocian a herramientas de piedra tallada más especializadas, puntas bifaciales de forma foliácea, romboidal y triangular, raederas, taladros y tajadores.
Una faceta importante durante el Paleolítico Superior es la pintura rupestre en cuevas y abrigos rocosos. Sin que en ningún momento alcance la relevancia que tiene en el Viejo Continente, cada vez tenemos mayor constancia de su valor en la visión del mundo y el ritual del hombre de finales del Pleistoceno.
En Norte y Centro América lo cierto es que las representaciones apenas incluyen escenas de fauna extinta, sino animales típicos del Holoceno, y muy raramente grandes herbívoros. En diversos abrigos y cuevas de Sonora y Baja California, en la cueva de Loltún en Yucatán y en Oaxaca aparecen hombres atravesados por flechas, escenas de caza y pesca, venados, águilas, alces, etc.
En América del Sur, se han encontrado en similares ambientes formas negativas o improntas de manos en el sur de Argentina, con puntos, cruces y círculos, combinados con un estilo de escenas de cacería y diversos motivos geométricos. En Lauricocha y Toquepala, Andes Centrales, se ha hallado más de un centenar de figuras de hombres y animales en distintos momentos de persecución y caza. Todas ellas se han interpretado dentro de un contexto ritual y de ceremonias de propiciación.