Época: Japón
Inicio: Año 1939
Fin: Año 1945

Antecedente:
Época del militarismo nacionalista



Comentario

Si, desde un principio, los aliados habían dado por supuesto que el primer enemigo a batir era Alemania, la rapidez y la espectacularidad de la ofensiva japonesa habían obligado a la contraofensiva en el Extremo Oriente. La guerra del Pacífico, muy popular en los Estados Unidos, en parte por motivos que no estaban exentos de causas criticables -un poso de racismo- estaba ya a la altura del verano de 1944 en condiciones de ser ganada por los aliados. La superioridad en aviación naval de los japoneses había desaparecido definitivamente después de la última batalla en el mar de Filipinas, en la que perdieron algunos de sus mejores portaaviones. En esos momentos, se pudo ya decir que el combate se había convertido en puro y simple "tiro de pichón" de unos aviadores inexpertos que apenas si podían ser sustituidos. Japón era ya consciente de que había elegido un perímetro defensivo demasiado amplio para poder cubrirlo. Sus esperanzas radicaban en que los alemanes fueran generosos con sus descubrimientos científicos y de carácter bélico, o en que fuera posible una gestión de mediación a través de China, que había sido derrotada recientemente, o con la URSS, que permanecía neutral en la Guerra del Pacífico. Esas esperanzas fueron siempre remotas y acabaron quedando en nada.
Los norteamericanos habían tenido la opción de atacar en dirección hacia Formosa, pero el hecho de que no hubiera sido posible traer tropas desde Europa y la derrota misma de China les hizo optar por un ataque en dirección hacia Leyte. El desembarco tuvo lugar en la segunda quincena de octubre de 1944 y provocó una inmediata batalla naval y aérea, en la que participaron más buques que en ninguna otra de toda la guerra, unos trescientos. Resultaba inevitable que tuviera lugar, puesto que, con el ataque, los norteamericanos ponían en cuestión la simple posibilidad de que los japoneses mantuvieran el contacto con sus posesiones, que les proporcionaban materias primas fundamentales. La batalla fue decisiva y en ella la superioridad aérea norteamericana jugó un papel fundamental. Ya antes de que las diferentes flotas japonesas se concentraran sobre las Filipinas, los norteamericanos habían logrado una manifiesta superioridad aérea, causando cinco veces más bajas que las padecidas por ellos. En el momento decisivo, disponían de ocho veces más portaaviones que el adversario. En tonelaje naval, los japoneses perdieron diez veces más que los norteamericanos. Mal informados y con unos planes demasiado complicados, fueron, pues, derrotados de forma que resultó ya totalmente irreversible.

Pero eso no significó que de forma inmediata la isla de Leyte fuera conquistada, sino que resultó necesaria una larga guerra de trincheras que acabó con la decepción de los vencedores norteamericanos, que ni siquiera pudieron instalar campos de aviación capaces de llegar hasta Japón debido a la orografía de la isla. Prosiguió entonces la reconquista de las islas Filipinas, para cumplir el propósito del general MacArthur que, al abandonarlas en 1942, había anunciado su retorno. Consistió en un conjunto de operaciones de desembarco (una cincuentena), seguido de otras operaciones, muchas largas y cruentas. En enero de 1945, se produjo el desembarco en Luzón, que fue seguido por el ataque a Manila.

La barbarie de los defensores japoneses produjo un elevado número de muertos entre la población civil y también entre los norteamericanos, hasta el punto que el caso de la capital filipina puede compararse con el de Varsovia en cuanto a grado de destrucción. Los sucesivos desembarcos en el resto de las islas Filipinas y en Borneo, donde la lucha se prolongó hasta septiembre de 1945, han sido muy criticados por parte de los historiadores, que consideran que estas operaciones no tuvieron otro resultado que el de multiplicar el número de bajas sin ser resolutivas. MacArthur, al mismo tiempo, apoyó como nuevas autoridades civiles a antiguos colaboracionistas con los japoneses.

Para el desenlace de la guerra en el Pacífico, resultó mucho más decisiva la línea de avance en la zona central de este océano, emprendida por el almirante Nimitz. El primer paso consistió en la conquista, durante los meses de febrero y marzo de 1945, de Iwo Jima, un islote a medio camino entre las Marianas y Japón que tuvo utilidad como base aérea de bombardeo de la metrópoli, imposible de realizar desde las Filipinas. En Iwo Jima, los norteamericanos, que la habían considerado como una presa fácil, comprobaron cómo la cercanía al Japón endurecía los combates de un modo espectacular. Encerrados en un sistema defensivo de túneles, que hacían relativamente inútiles los bombardeos artillero y aéreo, los japoneses resistieron hasta el final. Los norteamericanos tuvieron 7.000 muertos, mientras que de la guarnición japonesa -unos 20.000 soldados- apenas si sobrevivieron unos 200.

La estrategia nipona consistía, por tanto, en tratar de causar al adversario tal número de bajas que les obligara a plantearse la posibilidad de un pacto lo más beneficioso posible para sus intereses. Para ello, utilizaron procedimientos que eran en realidad una combinación entre la obstinación y la patente impotencia. El envío de casi diez mil globos incendiarios desde Japón, empujados por el viento hasta las costas de California, resultó más bien el testimonio de lo segundo. No se llegaron a llevar a cabo operaciones suicidas sobre la costa californiana pero, en cambio, el empleo sistemático de ataques suicidas en la batalla naval se convirtió en un peligro real para los norteamericanos.

El término "kamikaze" hace alusión al "viento divino" que hacía siglos había dispersado una flota invasora procedente del continente. Ahora, los japoneses llegaron a la conclusión de que sus aviadores, inexpertos y en manifiesta inferioridad de condiciones materiales, resultaban mucho más efectivos intentando el impacto directo sobre el adversario. De hecho, uno de cada cinco de los 2.500 ataques suicidas -que no sólo eran aéreos sino también marítimos- produjo destrucciones graves al adversario. Empleado este sistema desde fines de 1944, se generalizó por parte de los japoneses cuando, a partir de abril siguiente, los norteamericanos trataron de tomar la isla de Okinawa. Tokio, sin embargo, mantuvo una reserva de 5.000 aparatos suicidas, destinados a enfrentarse con quienes quisieran desembarcar en el archipiélago nipón.

Mucho más extensa que Iwo Jima, Okinawa equidista de Formosa, de China y de Japón, por lo desde ella se puede amenazar en esas tres direcciones. A diferencia de lo sucedido en otras ocasiones, los japoneses esperaban el ataque adversario, para el que se habían preparado concienzudamente, mientras que los norteamericanos descubrirían tardíamente la magnitud de los medios del adversario. En total, se emplearon más de un millar de barcos y 400.000 hombres contra una guarnición de unos 80.000 que fue aniquilada, pero tras producir un número de bajas semejante al causado por el invasor.

Los ataques suicidas tuvieron como consecuencia el hundimiento de tres portaaviones y una treintena de barcos norteamericanos. Incluso los japoneses emplearon en una acción suicida la principal unidad de guerra naval que les quedaba, destinada a hundirse irremisiblemente ante una Aviación norteamericana que había dado la vuelta por completo a la situación inicial de la guerra.

Mientras se combatía en Okinawa, la guerra en Birmania adquirió un aspecto cada vez más favorable a los aliados. Tras una ofensiva desde el Norte, se consiguió el desmoronamiento del frente central japonés y, finalmente, una operación anfibia concluyó con la toma de Rangún, la capital birmana. Por primera vez, se decidió el licenciamiento de los soldados británicos que llevaban más de tres años en el frente del Extremo Oriente. Esta medida, sin embargo, hace pensar en que ya se consideraba que la guerra podía concluir en un plazo corto de tiempo. Chandra Bose, el líder de la independencia india, murió en accidente cuando intentaba trasladar su fidelidad desde Japón a la URSS.

La situación de Japón se había convertido ya en dramática. En mucho mayor grado que Alemania sus únicas y limitadas esperanzas a la hora de entrar en la guerra consistían en obtener una rápida victoria. Ahora tenía liquidada ya su Flota mercante. En tan sólo el mes de octubre de 1944, los submarinos norteamericanos hundieron la vigésima parte de su tonelaje. Además, el bombardeo estratégico empezaba a tener su efecto. Había comenzado a fines de 1944 pero, en ese momento, los aviones norteamericanos B-29, al volar muy alto, aunque no eran accesibles a los cazas adversarios, tuvieron un efecto escaso. La conquista de Iwo Jima acercó los objetivos y favoreció la frecuencia de los bombardeos pero además se optó, ya con la superioridad aérea conseguida, por bombardear a más baja altura utilizando de forma sistemática bombas incendiarias. Los resultados fueron devastadores: en tan sólo dos días de bombardeo sobre Tokio murieron entre 80.000 y 100.000 personas, con sólo un 2% de pérdidas en los aviones utilizados. En total, los muertos japoneses causados por los bombardeos fueron unos 300.000. A diferencia de lo sucedido en Alemania, en este caso se consiguió la paralización de entre el 60 y el 85% de la producción industrial. Por su parte, los japoneses habitualmente ejecutaban a los pilotos norteamericanos que caían en sus manos.

Esto suponía una voluntad de resistencia que los aliados tuvieron muy presente. Su planificación de guerra suponía tratar de recuperar Singapur y, sobre todo, desembarcar en el archipiélago japonés. En este último punto, las perspectivas de los aliados eran muy sombrías, a pesar de su abrumadora superioridad. Se calculaba que, a pesar de emplear seis veces más efectivos que en Normandía, la operación resultaría mucho más costosa. La proyección de las bajas padecidas en Iwo Jima u Okinawa indicaba que podía producirse un millón de muertos propios. Las operaciones no podrían concluir sino a fines de 1946, con una duración de, al menos, un año y medio. Desde esa óptica se entiende que los norteamericanos insistieran en la intervención soviética durante la reunión de Potsdam, llevada a cabo en las dos últimas semanas de julio de 1945.

Se entiende, también, la utilización de la bomba atómica. Este proyecto, en el que colaboraron británicos y norteamericanos manteniendo reserva respecto de él con los soviéticos (que, sin embargo, lo conocieron gracias a su espionaje), concluyó con el éxito de los segundos merced a los muchos recursos empleados. Desde un principio se imaginó su utilización a modo de explosivo de gran potencia y sin una estrategia nueva y diferente. El 15 de julio de 1945 se llevó a cabo la primera experiencia en el desierto de Nuevo México. Los dirigentes políticos no se plantearon problemas morales respecto a la nueva arma que, para ellos, no representaba un cambio sustancial respecto al bombardeo de grandes ciudades llevado a cabo sobre Alemania y el propio Japón. Una razón complementaria para su uso consiste en que los aliados sabían que existía un sector del Gobierno nipón dispuesto a negociar. Verdad es que se podía haber esperado al posible efecto de la intervención soviética en la guerra, pues todavía había tiempo hasta que se pudieran llevar a cabo los desembarcos. Algunos científicos sugirieron la posibilidad de hacer una exhibición de la eficacia de la bomba sin lanzarla sobre una ciudad. Pero, como ya se ha dicho, esos problemas morales ni siquiera se plantearon a fondo: tras el lanzamiento, el 85% de los norteamericanos pensaron que había sido una decisión acertada.

En los primeros días de agosto, fue lanzada una primera bomba en Hiroshima y una segunda en Nagasaki. En la primera ciudad, produjo unos 70.000 muertos, una quinta parte de la población, a los que hubo que sumar parecida cifra de heridos y la destrucción de cuatro de cada cinco edificios. La mortandad fue menor en Nagasaki, por ser el terreno más ondulado. Los norteamericanos ya no disponían de más bombas atómicas, pero inmediatamente arreciaron en sus peticiones de rendición que incluían una cierta garantía respecto a la permanencia del emperador como si tuvieran más. En ese momento quienes, en Estados Unidos, deseaban una victoria absoluta sobre los japoneses eran 9 contra 1.

La decisión de rendirse fue muy debatida y difícil de tomar para los dirigentes japoneses, cuyos códigos morales estaban en la antítesis de esa posibilidad. El 9 de agosto, en un comité estratégico destinado a debatir la cuestión, se llegó a un empate que resolvió finalmente el voto del emperador. Aun así, hubo una conspiración militar contra el propósito que supuso la muerte de un general y el suicidio del ministro de la Guerra, datos todos ellos que hacen pensar que la rendición no habría tenido lugar de no haberse empleado la bomba atómica. El 15 de agosto se anunció la capitulación. Los soviéticos habían iniciado su ofensiva en Manchuria cuando se lanzaron las bombas y la siguieron hasta fines de mes. El acto de la rendición se hizo efectivo en la bahía de Tokio sobre el acorazado Missouri. La Guerra Mundial había durado seis años y dos días.