Comentario
Cómo Cortés, y todos los oficiales del rey acordaron de enviar a su majestad todo el oro que le había cabido de su real quinto de todos los despojos de México, y cómo se envió de por sí la recámara del oro y todas las joyas que fueron de Montezuma y de Guatemuz, y lo que sobre ello acaeció
Como Cortés volvió a México de la entrada de Pánuco, anduvo entendiendo en la población y edificación de aquella ciudad; y viendo que Alonso de Ávila, ya otra vez por mí nombrado en los capítulos pasados, había vuelto en aquella sazón de la isla de Santo Domingo, y trajo recaudo de lo que le habían enviado a negociar con la audiencia real e frailes jerónimos que estaban por gobernadores de todas las islas: e los recaudos que entonces trajo fue, que nos daban licencia para poder conquistar toda la Nueva-España y herrar los esclavos, según y de la manera que llevaron en una relación, y repartir y encomendar los indios como en las islas Española e Cuba e Jamaica se tenía por costumbre; y esta licencia que dieron fue hasta en tanto que su majestad fuese sabidor dello o fuese servido mandar otra cosa; de lo cual luego le hicieron relación los mismos frailes jerónimos, y enviaron un navío por la posta a Castilla, y entonces su majestad estaba en Flandes, que era mancebo, y allá supo los recaudos que los frailes jerónimos le enviaban; porque al obispo de Burgos, puesto que estaba por presidente de Indias, como conocían de él que nos era muy contrario, no le daban cuenta dello ni trataban con él otras muchas cosas de importancia, porque estaban muy mal con sus cosas. Dejemos esto del obispo, y volvamos a decir que, como Cortés tenía a Alonso de Ávila por hombre atrevido y no estaba muy bien con él, siempre le quería tener muy lejos de sí, porque verdaderamente si cuando vino el Cristóbal de Tapia con las provisiones el Alonso de Ávila se hallara en México, porque entonces estaba en la isla de Santo Domingo, y como el Alonso de Ávila era servidor del obispo de Burgos e había sido su criado, y le traían cartas para él, fuera gran contradictor de Cortés y de sus cosas, y a esta causa siempre procuraba Cortés de tenerlo apartado de su persona; y cuando vino deste viaje que dicho tengo, por le contentar y agradar, le encomendó en aquella sazón el pueblo de Gualtitlán, y le dio ciertos pesos de oro, y con palabras y ofrecimientos y con el depósito del pueblo por mí nombrado, que es muy bueno y de mucha renta, le hizo tan su amigo y servidor, que le envió después a Castilla, y juntamente con él a su capitán de la guarda, que se decía Antonio de Quiñones, los cuales fueron por procuradores de Nueva-España y de Cortés, y llevaron dos navíos, y en ellos ochenta y ocho mil castellanos en barras de oro; y llevaron la recámara que llamábamos del Gran Montezuma, que tenía en su poder Guatemuz: y fue un gran presente, en fin para nuestro gran César, porque fueron muchas joyas muy ricas y perlas tamañas algunas dellas como avellanas, y muchos chalchiuites, que son piedras finas como esmeraldas, y aun una de ellas era tan ancha como la palma de la mano, y otras muchas joyas que por ser tantas y no me detener en escribirlas, lo dejaré de decir y traer a la memoria; y también enviamos unos pedazos de huesos de gigantes que se hallaron en un cu e adoratorio en Cuyoacan, que eran según y de la manera de otros grandes zancarrones que nos dieron en Tlascala, los cuales habíamos enviado la primera vez, y eran muy grandes en demasía; y le llevaron tres tigres, y otras cosas que ya no me acuerdo; y con estos procuradores escribió el cabildo de México a su majestad, y asimismo todos los más conquistadores escribimos juntamente con Cortés y fray Pedro Melgarejo y el tesorero Julián de Alderete; y todos a una decíamos de los muchos y buenos e leales servicios que Cortés y todos nosotros los conquistadores le habíamos hecho y a la continua hacíamos, y todo lo por nosotros sucedido desde que entramos a ganar la ciudad de México, y cómo estaba descubierta la mar del Sur y se tenía por cierto que era cosa muy rica; y suplicamos a su majestad que nos enviase obispos y religiosos de todas órdenes, que fuesen de buena vida y doctrina, para que nos ayudasen a plantar más por entero en estas partes nuestra santa fe católica; y le suplicamos todos a una que la gobernación desta Nueva-España que le hiciese merced della a Cortés, pues tan bueno y leal servidor le era, y a todos nosotros los conquistadores nos hiciese merced para nosotros y para nuestros hijos que todos los oficios reales, así de tesorero, contador y factor, y escribanías públicas e fíeles executores y alcaidías de fortalezas, que no hiciese merced dellas a otras personas, sino que entre nosotros se nos quedase; y le suplicamos que no enviase letrados, porque en entrando en la tierra la pondrían en revuelta con sus libros, e habría pleitos y disensiones; y se le hizo saber lo de Cristóbal de Tapia, cómo venía guiado por don Juan Rodríguez de Fonseca, Obispo de Burgos, y que no era suficiente para gobernar, y que se perdiera esta Nueva-España si él quedara por gobernador; y que tuviese por bien de saber claramente qué se habían hecho las cartas y relaciones que le habíamos escrito dando cuenta de todo lo que había acaecido en esta Nueva-España, porque teníamos por muy cierto que el mismo obispo no se las enviaba, y antes le escribía al contrario de lo que pasaba, en favor de Diego Velázquez, su amigo, y de Cristóbal de Tapia, por casarle con una parienta suya que se decía doña Petronila de Fonseca; y cómo presentó ciertas provisiones que venían firmadas e guiadas por el dicho obispo de Burgos, y que todos estábamos los pechos por tierra para las obedecer, como se obedecieron; mas viendo que el Tapia no era hombre para guerra, ni tenía aquel ser ni cordura para ser gobernador, que suplicaron de todas las provisiones hasta informar a su real persona de todo lo acaecido, como ahora le informamos y le hacíamos sabidor, como sus leales vasallos, que somos, obligados a nuestro rey y señor; y que ahora, que de lo que más fuere servido mandar, que aquí estamos los pechos por tierra para cumplir su real mando; y también le suplicamos que fuese servido de enviar a mandar al obispo de Burgos que no se entremetiese en cosas ningunas de Cortés ni de todos nosotros, porque sería quebrar el hilo a muchas cosas de conquistas que en esta Nueva-España nosotros entendíamos, y en pacificar provincias, porque había mandado el mismo obispo de Burgos a los oficiales que estaban en la casa de la contratación de Sevilla, que se decían Pedro de Isasaga y Juan López de Recalde, que no dejasen pasar ningún recaudo de armas ni soldados ni favor para Cortés ni para los soldados que con él estaban; y también se le hizo relación cómo Cortés había ido a pacificar la provincia de Pánuco y la dejó de paz, y las muy recias y fuertes batallas que con los naturales della tuvo, y cómo era gente muy belicosa y guerrera, y cómo habían muerto los de aquella provincia a los capitanes que había enviado Francisco de Garay, y a todos sus soldados, por no se saber dar maña en las guerras; y que había gastado Cortés en la entrada sobre sesenta mil pesos, y que los demandaba a los oficiales de su real hacienda y no se los quisieron pagar. También se le hizo sabidor cómo ahora hacía el Garay una armada en la isla de Jamaica, y que venían a poblar el río del Pánuco; y porque no le acaeciese como a sus capitanes, que se los mataron, que suplicábamos a su majestad que le enviase a mandar que no salga de la isla hasta que esté muy de paz aquella provincia, porque nosotros se la conquistaremos y se la entregaremos; porque si en aquella sazón viniese, viendo los naturales de aquestas tierras dos capitanes que manden, tendrán divisiones y levantamientos, especial los mexicanos; y escribiósele otras muchas cosas. Pues Cortés por su parte no se le quedó nada en el tintero, y aun de manera hizo relación en su carta de todo lo acaecido, que fueron veinte y una plana; e porque yo las leí todas, e lo entendí muy bien, lo declaro aquí como dicho tengo. Y demás desto, enviaba Cortés a suplicar a su majestad que le diese licencia para ir a la isla de Cuba a prender al gobernador della, que se decía Diego Velázquez, para enviársele a Castilla, para que allá su majestad le mandase castigar, porque no le desbaratase más ni revolviese la Nueva-España, porque enviaba desde la isla de Cuba a mandar que matasen a Cortés. Dejémonos de las cartas, y digamos de su buen viaje que llevaron nuestros procuradores después que partieron del puerto de la Veracruz, que fue en 20 días del mes de diciembre de 1552 años, y con buen viaje desembarcaron por la canal de Bahama, y en el camino se les soltaron dos tigres de los tres que llevaban, e hirieron a unos marineros; y acordaron de matar al que quedaba, porque era muy bravo y no se podían valer con él; y fueron su viaje hasta la isla que llaman de la Tercera; y como el Antonio de Quiñones era capitán y se preciaba de muy valiente y enamorado, parece ser que se revolvió en aquella isla con una mujer e hubo sobre ella cierta cuestión, y diéronle una cuchillada en la cabeza, de que al cabo de algunos días murió, y quedó solo Alonso de Ávila por capitán. E ya que iba el Alonso de Ávila con los dos navíos camino de España, no muy lejos de aquella isla topa con ellos Juan Florín, francés corsario, y toma todo el oro y navíos, y prende al Alonso de Ávila y llévanle preso a Francia. Y también en aquella sazón robó el Juan Florín otro navío que venía de la isla de Santo Domingo, y le tomó sobre veinte mil pesos de oro y muy gran cantidad de perlas y azúcar y cueros de vacas, y con todo esto se volvió a Francia muy rico, e hizo grandes presentes a su rey e al almirante de Francia de las cosas e piezas de oro que llevaba de la Nueva-España que toda Francia estaba maravillada de las riquezas que enviábamos a nuestro gran emperador, y aun al mismo rey de Francia le tomaba codicia de tener parte en las islas de la Nueva-España; y entonces es cuando dijo que solamente con el oro que le iba a nuestro César destas tierras le podía dar guerra a su Francia; y aun en aquella sazón no era ganado ni había nueva del Perú, sino, como dicho tengo, lo de la Nueva-España y las islas de Santo Domingo y San Juan y Cuba y Jamaica; y entonces dice que dijo el rey de Francia, o se lo envió a decir a nuestro gran emperador, que ¿cómo habían partido entre él y el rey de Portugal el mundo, sin darle parte a él? Que mostrasen el testamento de nuestro padre Adán, si les dejó a ellos solamente por herederos y señores de aquellas tierras que habían tomado entre ellos dos, sin darle a él ninguna dellas, e que por esta causa era lícito robar y tomar todo lo que pudiese por la mar; y luego tornó a mandar a Juan Florín que volviese con otra armada a buscar la vida por la mar; y de aquel viaje que volvió, ya que llevaba otra gran presa de todas ropas entre Castilla y las islas de Canaria, dio con tres o cuatro navíos recios y de armada, vizcaínos, y los unos por una parte y los otros por otra embisten con el Juan Florín, y le rompen y desbaratan, y préndenle a él y a otros muchos franceses, y les tomaron sus navíos y ropa, y a Juan Florín y a otros capitanes llevaron presos a Sevilla a la casa de la contratación, y los enviaron presos a su majestad; y después que lo supo, mandó que en el camino hiciesen justicia dellos, y en el puerto del Pico los ahorcaron; y en esto paró nuestro oro y capitanes que lo llevaban, y el Juan Florín que lo robó. Pires volvamos a nuestra relación, y es, que llevaron a Francia preso a Alonso de Ávila, y le metieron en una fortaleza, creyendo haber de él gran rescate, porque, como llevaba tanto oro a su cargo, guardábanle bien; y el Alonso de Ávila tuvo tales maneras y concierto con el caballero francés que lo tenía a su cargo o le tenía por prisionero, que para que en Castilla supiesen de la manera que estaba preso y le viniesen a rescatar, dijo que fuesen en posta todas las cartas y poderes que llevaba de la Nueva-España, y que todas se diesen en la corte de su majestad al licenciado Núñez, primo de Cortés, que era relator del real consejo, o a Martín Cortés, padre del mismo Cortés, que vivía en Medellín, o a Diego de Ordás, que estaba en la corte; y fueron a todo buen recaudo, que las hubieron a su poder, y luego las despacharon para Flandes a su majestad, porque al obispo de Burgos no le dieron cuenta ni relación dello, y todavía lo alcanzó a saber el obispo de Burgos, y dijo que se holgaba que se hubiese perdido y robado todo el oro; y dijeron que había dicho: "en esto habían de parar las cosas deste traidor de Cortés"; y dijo otras palabras muy feas. Dejemos al obispo, y vamos a su majestad, que, como luego lo supo, dijeron, quien lo vio y entendió, que hubo algún sentimiento de la pérdida del oro, y de otra parte se alegró viendo que tanta riqueza le enviaban, e que sintiese el rey de Francia que con aquellos presentes que le enviábamos que le podría dar guerra; y luego envió a mandar al obispo de Burgos que en lo que tocaba a Cortés e a la Nueva-España, que en todo le diese favor y ayuda, y que presto vendría a Castilla y entendería en ver la justicia de los pleitos y contiendas de Diego Velázquez y Cortés. Y dejemos esto, y digamos cómo luego supimos en la Nueva-España la pérdida del oro y riquezas de la recámara, y prisión de Alonso de Ávila, y todo lo demás aquí por mí memorado, y tuvimos dello gran sentimiento; y luego Cortés con brevedad procuró de haber e llegar todo el más oro que pudo recoger, y de hacer un tiro de oro bajo y de plata de lo que habían traído de Michoacan, para enviar a su majestad, y llamóse el tiro "Fénix". Y también quiero decir que siempre estuvo el pueblo de Gualtitlán, que dio Cortés a Alonso de Ávila, por el mismo Alonso de Ávila, porque en aquella sazón no le tuvo su hermano Gil González de Benavides, hasta más de tres años adelante, que el Gil González vino de la isla de Cuba, e ya el Alonso de Ávila estaba suelto de la prisión de Francia y había venido a Yucatán por contador; y entonces dio poder al hermano para que se sirviese dél, porque jamás se le quiso traspasar. Dejémonos de cuentos viejos, que no hacen a nuestra relación, y digamos todo lo que acaeció a Gonzalo de Sandoval, y a los demás capitanes que Cortés había enviado a poblar las provincias por mí ya nombradas, y entre tanto acabó Cortés de mandar forjar el tiro e allegar el otro para enviar a su majestad. Bien sé que dirán algunos curiosos lectores que por qué, cuando envió Cortés a Pedro de Alvarado y a Gonzalo de Sandoval y los demás capitanes a las conquistas y pacificaciones ya por mí nombradas, no concluí con ellos, en esta mi relación, lo que habían hecho en ellas, y en lo que en las jornadas a cada uno ha acaecido, y lo vuelvo ahora a recitar, que es volver muy atrás de nuestra relación. Y las causas que ahora doy a ello es que, como iban camino de sus provincias a las conquistas, y en aquel instante llegó al puerto de la Villa-Rica el Cristóbal de Tapia, otras muchas veces por mí nombrado, que venía para ser gobernador de la Nueva-España; y para consultar Cortés lo que sobre el caso se podría hacer, e tener ayuda y favor dellos, como Pedro de Alvarado e Gonzalo de Sandoval eran tan experimentados capitanes y de buenos consejos, envió por la posta a los llamar, y dejaron sus conquistas e pacificaciones suspensas, e como he dicho, vinieron al negocio de Cristóbal de Tapia, que era más importante para el servicio de su majestad, porque se tuvo por cierto que si el Tapia se quedara para gobernar, que la Nueva-España y México se levantaran otra vez; y en aquel instante también vino Cristóbal de Olí de Michoacan, como era cerca de México, y las halló de paz, y le dieron mucho oro y plata; y como era recién casado, y la mujer moza y hermosa, apresuró su venida. Y luego, tras esto de Tapia, aconteció el levantamiento de Pánuco, y fue Cortés a lo pacificar, como dicho tengo en el capítulo que dello habla, y también para escribir a su majestad, como escribimos, y enviar el oro y dar poder a nuestros capitanes y procuradores por mi ya nombrados; y por estos estorbos, que fueron los unos tras los otros, lo torno aquí a traer a la memoria, y es desta manera que diré.