Época: triunfo del realismo
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
El triunfo del realismo
Siguientes:
Las primeras esculturas del realismo rodio
La escultura rodia en la primera mitad del siglo II

(C) Miguel Angel Elvira



Comentario

Sería difícil, o acaso imposible, buscar prioridades regionales en el desarrollo, desde principios del siglo III a. C., de esta avasalladora tendencia. Tradicionalmente, se ha venido atribuyendo la función rectora a Alejandría, sede científica del Museo, centro de la actividad de Antífilo y hogar de Teócrito y Apolonio durante una época de sus vidas. Hoy, sin embargo, la respuesta ha de ser mucho más matizada: el realismo helenístico es un fenómeno general desde Siracusa hasta la Bactriana, y Alejandría sólo constituye uno de sus baluartes.
Sin embargo, parece evidenciarse que las mejores obras, los principales artistas y hasta el desarrollo inicial del movimiento apuntan más bien hacia la zona oriental del Egeo: allí, en Jonia, en Bitinia, en Pérgamo, hemos visto sus primeros pasos en escultura y su desarrollo particular, temperado de retórica, en la corte de los Atálidas; y allí vamos a ver, en este capítulo, sus creaciones más clara y definitivamente realistas en todas las artes. Dentro de este ambiente, dominado por las grandes islas (Cos, Samos), por las ciudades portuarias o cercanas a la costa (Mileto, Efeso, Magnesia, Tralles), y, sobre todo, por ese gran emporio comercial que era la ciudad de Rodas, fue donde Teócrito, Herondas y Apolonio escribieron la mayor parte de sus obras y obtuvieron su éxito, donde vivió Teón y donde la gran tradición jonia, enriquecida por las aportaciones del siglo IV (el Mausoleo, la escuela de Lisipo); creó el ambiente propicio: en estas regiones no se sentía la amenaza de las culturas indígenas que atenazaban el helenismo alejandrino o sirio, impulsándolo a encerrarse en la tradición; tampoco se vivía en una miseria que, como la del Atica o el Peloponeso, hiciese ver el pasado como un mundo ideal, y por tanto se podía evolucionar libremente, sin temor a perder la personalidad griega.

Además, Rodas en concreto vivió por entonces, desde su famoso éxito contra Demetrio Poliorcetes (304 a. C.), un largo periodo de victorias y de expansión comercial que han hecho compararla, en diversas ocasiones, con la Venecia medieval y renacentista: verdadera república de mercaderes, con una flota capaz, en el 258 a. C., de aniquilar la de Ptolomeo II y substituir su presencia en todo el Mediterráneo oriental, la patria del Coloso simbolizará en Grecia la pervivencia de la pólis independiente. Su bello trazado clásico, sus ricos monumentos, su puerto activísimo y su renombre como ciudad protectora de las artes la convertían en un modelo de helenismo, mientras que sus escasos intereses territoriales la descartaban como competidora de los grandes monarcas. De este modo, su función de comerciante neutral (al menos durante el siglo III) la hizo necesaria en el Egeo, y por ello no es de extrañar que, cuando un terrible seísmo sacudió la isla en 227 a. C. -derribando precisamente el Coloso-, todos los griegos se apresurasen a enviar cuantiosas ayudas.