Época: China
Inicio: Año 206 A. C.
Fin: Año 220 D.C.

Siguientes:
Valoración de los materiales
Nuevos usos, nuevas formas
Repertorio iconográfico
Los Tres Reinos y las Seis Dinastías

(C) Isabel Cervera



Comentario

Para la historiografía china la dinastía Han ha sido tradicionalmente tratada como la que alcanzó los mayores logros sociales, políticos y culturales de su historia. Sin ser tan determinantes a la hora de enjuiciarla no podemos negar la importancia que tuvo, especialmente en la formación de un sistema político que le ha sobrevivido dos mil años. No en vano los chinos se autodenominan gentes de Han, y su lengua, idioma de Han; sólo los occidentales utilizamos el término China para referimos a su país, nombre que deriva de la dinastía Qin (pronunciada chin) y no de la Han.
Esta dinastía se subdivide en dos períodos: Han del Oeste (206 a. C.-25 a. C.) y Han del Este (25 a. C.-220 d. C.), criterio derivado de la localización de sus capitales: Chang'an (hoy Xian, provincia de Shaanxi) en el oeste y Luoyang (provincia de Henan) en el este. En su estudio analizaremos de un modo general los hechos más importantes considerados desde diferentes aspectos.

En el terreno político se consolidó la unificación territorial iniciada con los Qin y sobre todo la aceptación de la idea imperial, borrando los resquicios de las antiguas estructuras feudales. Liu Bang, primer emperador de la dinastía Han, sofocó las revueltas y guerras civiles acaecidas tras la muerte de Qinshi Huangdi, completando la unificación en el año 221 a. C. Gobernó con el nombre de Gao y sentó los principios administrativos y políticos capaces de sustentar la idea imperial. Gao Di heredó la organización de la dinastía anterior y comprendió la importancia de la tradición para sentar las bases de su reinado. Mantuvo el sistema centralizado de gobierno apoyado en las teorías legalistas, pero sin rechazar los principios confucianos. Su capital continuó siendo Chang'an por razones estratégicas y prácticas más que por asociaciones con un pasado glorioso, que le exigía establecerse en Luoyang (antigua capital de la dinastía Zhou). Para mantener la estructura centralizada se sirvió del principio de autoridad absoluta que emanaba del emperador y que se transmite, jerárquicamente, en la pirámide social. A su base, compuesta por los mung o campesinos, les concedió derechos sobre la tierra, pero con impuestos recaudados por gobernadores militares y funcionarios civiles. Esta organización estuvo bajo la amenaza constante de los nobles en unión de los sabios confucianos que, tras la represión sufrida con la dinastía Qin, no aceptaban la idea imperial. La supresión de sus pequeños feudos se realizó de forma lenta pero sumamente eficaz, al dividir sus territorios entre personas leales al emperador y suprimir el mayorazgo.

En el año 199 a. C. se reunió en la capital a todas las familias más antiguas e influyentes para fortalecer el tronco y debilitar las ramas. Esta macro-estructura necesitaba de una base ideológica que partiendo del legalismo llegara al confucionismo. Los shih, antiguos escribientes o sabios, vieron reforzado su poder cuando se les permitió iniciar públicamente la enseñanza de la doctrina confuciana; sin embargo, no sería hasta el reinado del emperador Wen Di (179-156 a. C.) cuando se abrazase el confucionismo de un modo oficial. Para el reclutamiento de los shih como funcionarios del Estado, se ideó un sistema de exámenes formalizado en el siglo I a. C., que se realizaban anualmente, siendo su base de estudio el conocimiento de los Clásicos: el I Jing (Libro de los Cambios), el Shi Jing (Libro de las Odas), el Qun Qin, (Anales de Primavera y Otoño). Siglos más tarde (XVII-XVIII) este sistema de exámenes constituiría una de las aportaciones chinas a Occidente: las oposiciones.

En teoría este método de acceso a la administración estaba abierto a todos, puesto que no se valoraba la procedencia social del individuo, sino su capacidad de estudio; en la práctica sólo aquellos cuyas rentas estuviesen aseguradas podían dedicar su tiempo al estudio. Hay que señalar que las mujeres estuvieron al margen, teniendo una formación estrictamente privada.

En los años de transición entre los Han del Oeste y los Han del Este, se sucedieron una serie de acontecimientos que exigieron nuevos conceptos para consolidar la idea imperial. En primer lugar, se trasladó la capital a Luoyang, escogida por sus vínculos con el pasado. La ampliación de fronteras, los intercambios culturales, comerciales y las luchas internas por la sucesión, hicieron aconsejables retomar el concepto divino, cielo o tien, oficial ya a fines de la dinastía Han del Oeste, mediante el cual la autoridad temporal del emperador derivaba del cielo, recibiendo el título de Hijo del Cielo; era el mandato celeste, por medio de signos visibles e invisibles, quien en última instancia ratificaba la subida al trono de un emperador o por el contrario el ocaso de un emperador o dinastía. El Cielo exigía sus ritos destinados a la consecución de buenas cosechas que permitieran una estabilidad al imperio. El lugar donde se llevaban a cabo las celebraciones se conocía con el nombre de la Casa del Calendario, de donde deriva la única construcción que se hizo para tal fin: el Templo del Cielo, en Beijing, construido por el emperador Yongle (1402-1424) de la dinastía Ming.

En política exterior se puso fin al aislamiento histórico del país, al abrir un camino que permitió poner en contacto por primera vez Oriente y Occidente. Esta iniciativa fue debida al genio del emperador Wu Di (141-87 a.C.) en sus deseos de expansión por las entonces llamadas regiones occidentales y que hoy forman parte del territorio chino. Dichas regiones estaban controladas militarmente por los Xiung-nu, pueblos de las estepas que constituyeron una constante amenaza al país desde el siglo III a. C.

La política de alianzas y la consideración de Estados tributarios formulada con los Han no tuvo la eficacia deseada manteniendo una actitud beligerante y sirviendo de freno a la expansión china. En el año 121 a.C., tras el debilitamiento interno de su confederación, los Xiun-nu se declararon vasallos de los Han, permitiendo el acceso directo de éstos a las regiones occidentales por el corredor de Gansu. Zhan Qien, general del emperador Wu Di, fue enviado a explorar estas nuevas regiones en varios viajes. En el 138 a.C. inició su primer viaje, cuyo objetivo principal fue el de conseguir alianzas militares con los pueblos alejados del control chino. Zhan Qien fue hecho prisionero en varias ocasiones por los Xiung-nu, sin conseguir sus propósitos; sin embargo, acumuló la suficiente información para que Wu Di le mandara en un segundo viaje (115 a.C.) con más de trescientos hombres. Esta vez, conociendo algunos de los gustos y costumbres de los pueblos objeto de la embajada, mandó reunir un gran cargamento de obsequios entre los que destacaban el oro y la seda, esta última desconocida fuera de las fronteras chinas.

Aunque no consiguió establecer compromisos políticos y militares con ninguno de ellos, al menos contactó con los Estados de Fergana, Sogdiana, Bactriana y Khotan que enviaron a su vez mensajes y obsequios a la corte Han. La dominación militar china se produjo un siglo y medio más tarde, pero a. Wu Di y Zhan Qien se debe el inicio del camino cultural y comercial más importante entre Asia y Europa hasta el siglo XVII: la Ruta de la Seda, denominación dada por Ferdinand Von Richtofen a este vínculo comercial en el siglo XIX. En el terreno artístico se vieron reflejados estos cambios políticos, sociales y económicos. En primer lugar podemos observar cómo se transformó radicalmente la valoración de los objetos artísticos, ya que, aún ligados a los ajuares funerarios, fueron apreciados también en su vertiente estética, por lo que la búsqueda de la belleza como placer hace que se pueda considerara los objetos de la dinastía Han obras de arte, sin negar su utilidad práctica o ritual.

El bronce y la cerámica continuaron utilizándose como materiales susceptibles de lograr formas bellas, ausente ya el carácter mágico-religioso de las dinastías anteriores. La laca y la seda definen artísticamente la búsqueda de otros materiales capaces de ofrecer nuevas cualidades táctiles y visuales. Pero no sólo se asistió a una sustitución de los materiales y a un cambio cualitativo en su uso, sino que el repertorio iconográfico se amplió considerablemente y muchos de los motivos decorativos adquirieron un nuevo valor semántico.