Época: China
Inicio: Año 220
Fin: Año 581

Antecedente:
Dinastía Han
Siguientes:
El arte como expresión individual: la caligrafía
La huella budista

(C) Isabel Cervera



Comentario

Bajo esta denominación, la historiografía china engloba cuatro siglos de desmembración del imperio que abarcan desde la caída de la dinastía Han (220) a la reunificación con la dinastía Sui (581-618). Los Tres Reinos Wei (220-265), Shu (221-263) y Wu (222-280) se formaron como resultado de la descomposición del imperio Han. Tras aplicar los emperadores de esta dinastía una política de asentamientos de aliados bárbaros en territorio chino, se produjeron constantes enfrentamientos militares entre los diferentes pueblos para lograr el control del tambaleante trono Han. El primero de ellos, el reino de Wei, fundado por Cao Cao (155-220) ocupó el territorio septentrional, mientras que los reinos de Shu y Wu se asentaron en el sudoeste y sudeste, respectivamente, fundando nuevas capitales. Chengdu, en la provincia de Sichuan, fue elegida por los Shu por su ubicación estratégica en la zona de los cuatro ríos, rica por su tierra fértil, mientras que los Wu eligieron Nanjing, provincia de Jiangsu en el curso medio del río Yangzi, por el control sobre el comercio marítimo y los cultivos de los valles especialmente el de arroz.
La dinastía Jin (265-316), a caballo entre los Tres Reinos y las Seis Dinastías, supuso un breve período de unidad imperial que terminó con luchas entre las diversas facciones cortesanas, iniciándose una etapa de caos y guerras civiles en la que se llegaron a contabilizar, entre el siglo IV y los inicios del siglo V, más de veinte Estados. Los pueblos bárbaros supieron aprovechar la oportunidad que les brindaba este desorden para lograr una fácil invasión, instalándose por todo el territorio septentrional e imponiendo a sus súbditos chinos nuevos modos culturales. Se inició así el período de las Seis Dinastías (420-581), con el que los historiadores chinos nombran a los seis Estados legítimos de la China meridional, si bien los últimos estudios se refieren a esta época con el nombre de las Dinastías del Sur y Norte (Nan Bei Chao), al considerar con la misma legitimidad los reinos septentrionales y meridionales. Los nombres de estas dinastías son: Dinastía del Este (Dong Zhao, 420-589), Wei del Norte (386-534), Wei del Este (534-550), Qi del Norte (Bej Qi, 550-577), Wei del Oeste (535-556) y Zhou del Norte (Bej Zhou, 557-581).

En este confuso panorama dinástico podemos encontrar una línea de actuación común, partiendo de su estructura socio-política y su reflejo en la historia del arte. La solidez ideológica del imperio Han se quiebra ante la desintegración política y la militarización de los Estados, que forzaron una emigración masiva hacia el sur en busca de un refugio ante las constantes invasiones y guerras civiles. La quiebra de las instituciones y del sentimiento de colectividad condujo a un fuerte individualismo alejado de los dogmas confucianos, propiciándose el auge del taoísmo como vía individual. Muestra de ello fue la creación de sociedades secretas tales como los Turbantes Amarillos o Los Siete sabios del bosquecillo de bambú. Para Yong Yap y Arthur Cotterell: "el taoísmo respondió a una crisis nacional y se convirtió en la religión autóctona de la salvación individual que se desarrolló en dos niveles distintos: la especulación filosófica tan apreciada por los shih y los ritos mágico religiosos exigidos por los nung con una ferviente respuesta popular".

En el campo artístico esta búsqueda individual favoreció una intensa creatividad cuyo máximo exponente fue la expresión artística de la caligrafía y el desarrollo de nuevas formas poéticas. Sin embargo, a partir del siglo IV e inicios del siglo V, esta corriente individualista tuvo que aprender a convivir con el budismo, cuya fuerza se hizo imparable entre todos los estamentos sociales. El budismo, religión procedente de la India, penetró en China a través de las rutas comerciales iniciadas con la dinastía Han. Constituyó el impacto cultural e ideológico más fuerte que ha sufrido China hasta el siglo XX con la introducción del marxismo.

A Sidharta Gautama (563-479 a. C.), se deben los fundamentos de esta religión, cuyo nombre deriva de la palabra buda o iluminado, estado espiritual al que debían llegar sus seguidores. Sidharta, hijo del príncipe del país de Sakya, reino al pie del Himalaya, abandonó su casa paterna al comprender los sufrimientos de la vida más allá de los muros de palacio. En sus salidas tuvo encuentros que le marcaron el camino hacia la búsqueda del conocimiento absoluto, único medio para terminar con la enfermedad, la muerte y el deseo. Para comprender la existencia de estos males y buscar una solución a ello consultó a los brahmanes, realizó prácticas de mortificación y, por último, tras comprobar que ninguno de estos métodos le aportaba soluciones, se retiró a meditar en solitario hasta que logró el camino de la iluminación, que no es otro que el conocimiento de la naturaleza intrínseca de las cosas. Buda inició sus enseñanzas en Varanasi (India) promulgando las Cuatro Nobles Verdades: existe la infelicidad; hay una causa para su existencia; la infelicidad puede terminar, y el conocimiento de la verdad termina con el sufrimiento.

Los métodos que aconsejaba nada tenían que ver con la celebración de ritos, sacrificios u oraciones, sino con la interiorización individual de la verdad y la práctica constante de las virtudes, rechazando la muerte, el uso de estimulantes, y la apropiación indebida de las cosas. No creó dioses ni figuras que adorar, puesto que cualquier persona que observara sus enseñanzas podía romper la rueda de las reencarnaciones y llegar a ser un iluminado o buda. De su doctrina se deriva un alto grado de tolerancia y confianza en uno mismo, así como una total ausencia de afán proselitista, si bien los hombres y el paso del tiempo transformaron en su propio beneficio la doctrina original.

Los primeros seguidores de Sidharta Gautama se unieron en comunidades (shanga) que se extendieron no sólo por la India, sino por los países próximos: Sri Lanka, Birmania, Thailandia..., iniciando la interpretación de la doctrina en dos escuelas principales: el Budismo Hinayana (pequeño vehículo) y el Mahayana (gran vehículo), fundadas a raíz del Cuarto Concilio Budista. El Budismo Hinayana, fundamentado en el Canon Pali, propugnó una vía de liberación individual, el único camino seguido por Buda, mientras que el Budismo Mahayana se hizo rodear de un panteón de divinidades o bodhisatvas que renuncian al nirvana en atención al sufrimiento de los demás, guiándoles en el camino hacia la iluminación. Avalokitesvara fue el bodhisatva principal del Budismo Mahayana, junto a la figura de Maitreya (Buda del Futuro) que dieron lugar a una rica iconografía. Esta escuela budista fue la que se conoció en China, extendiéndose más tarde hacia Corea y Japón.

La difusión del Budismo en China se realizó fundamentalmente a través de los comerciantes, a los que siguieron los monjes de Partia y Sogdiana, siendo alrededor del año 65 d. C., cuando se tienen los primeros datos fidedignos sobre el Budismo en China. Un siglo más tarde, en el 148 d. C., se iniciaron las primeras traducciones de textos budistas del sánscrito al chino, favoreciendo su difusión tanto entre las clases letradas como entre el pueblo. Se ha querido hacer coincidir este hecho con las invasiones bárbaras del siglo V d. C., sin tener en cuenta que ya en el año 300 d. C., existían más de ciento ochenta monasterios budistas en Changan y Luoyang, teniendo por tanto una relación más directa con la desintegración del confucionismo y su sistema social que con la llegada de los invasores.

El Budismo en China entró rápidamente en contacto con la filosofía taoísta por la proximidad de los supuestos filosóficos, especialmente conceptos como el de la no-acción, la ausencia de método y la búsqueda de la individualidad. Si estas razones fueron suficientes para llamar la atención de la clase letrada, las clases populares vieron en ella un elemento de cohesión y un panteón tangible al que dirigir sus súplicas. Es en este aspecto en el que el Budismo se integró en el arte, al favorecer el desarrollo de lugares necesitados de unas formas arquitectónicas (pagodas y monasterios) y una decoración (escultura y pintura capaces de cubrir las necesidades del clero y los fieles).

Los Tres Reinos y las Seis Dinastías, a caballo entre la grandeza Han y la sublimación y cosmopolitismo de los Sui y Tang, constituyeron un período de vital importancia para el desarrollo del arte, ya que en esta época se originaron los principios del Arte del Pincel (caligrafía, pintura y poesía), asimilando las influencias foráneas sin abandonar su propia tradición.