Comentario
Parece que las iglesias cristianas del siglo X tenían una decoración pintada importante. La pintura sería necesaria para disimular la modestia de los materiales constructivos y en bastantes ocasiones parece que también servía de complemento a la construcción con la simulación de fajas de ladrillos o despiezos de sillería. Las huellas más significativas se ven en Santiago de Peñalba, en forma de zócalos rojos, imitaciones de ladrillo sobre las bóvedas gallonadas, que indican el origen de sus modelos, teñido de rojo en las molduras de arcos y alfices, e incluso un complejo trenzado de cuatro ramales entre picos rojos y verdes, que hace destacar la rosca del arco toral; en este caso, la decoración es minuciosa y está trazada con una regularidad geométrica que sólo puede haberse aprendido en los modelos musulmanes de lacería. Otras muestras de estas simulaciones constructivas están en San Miguel de Celanova y en San Cebrián de Mazote. Debe esperarse la publicación de nuevas pinturas de Peñalba y otras que han sido descubiertas por restauraciones, ya que parecen mostrar algunas novedades; en estas circunstancias se encuentran las de la capilla de Santa María de Bamba, de datación incierta que puede aclarar la restauración.
El caso singular de las pinturas de San Quirce de Pedret, trasladadas al Museo Diocesano de Solsona, no puede estimarse más que como una ocurrencia ocasional que no representa escuela alguna; los dos grupos reconocibles son un personaje barbudo de larga túnica con los brazos en cruz dentro de un círculo sobre el que va a emprender el vuelo un enorme faisán, y un círculo del que parten cuatro cortos brazos de cruz, en cuyo interior hay un jinete armado al que acompañan un sirviente y un perro, y fuera un fraile que sostiene un libro y otro personaje junto a una fogata.
En cualquier caso, parece que la pintura mural fue frecuente en las iglesias del ciclo mozárabe, aunque todavía sea mal conocida; pueden conservarse restos bajo pinturas posteriores y otras habrán desaparecido en las modernas restauraciones empeñadas en dejar fábricas vistas.
Esta pintura puede tener en sus pocos restos un recuerdo de islamismo, sobre todo las de Peñalba, pero no deben relacionarse sus autores con los monjes, también islamizados, que se dedicaron a la iluminación de manuscritos con miniaturas; son dos ocupaciones muy distintas, con estilos y temas tan diversos, que no puede esperarse hallar algún día grandes composiciones murales con las escenas de las miniaturas mozárabes.
La aplicación del término mozárabe a la miniatura castellana y leonesa del siglo X, viene en parte por razones de estilo, y también porque parece que sus autores pudieron formarse como Servando, cuya "Biblia Hispalense" de la catedral de Toledo refleja la lectura habitual de códices musulmanes. El elemento islámico en la miniatura mozárabe es relativamente poco notorio, y desde luego, no el más importante. Hay que recordar la existencia demostrada de una miniatura de época visigoda que parece recoger la mayoría de las antiguas tradiciones iconográficas de la Iglesia hispana, y que por sus asuntos, parece que se había dedicado a poner en imágenes muchos textos orientales apócrifos; en otros casos, se observan imitaciones de motivos de miniaturas británicas, irlandesas o francesas, o hay recuerdos del arte carolingio. Mucho más importante que los contactos europeos o los influjos musulmanes, son, en cualquier caso, los rasgos de originalidad, que caracterizan a la escuela de miniaturistas hispanos prerrománicos, como los de mayor libertad expresiva y mejor capacidad para el manejo del color.
Hacer miniaturas no debía ser en cualquier caso un oficio fácil. Vemos que algunos ilustradores aparecen como firmantes de bastantes obras en un largo período y que sus servicios eran solicitados de un monasterio a otro; y es que los monjes mozárabes, como Florencio y Magio, no se limitaron a copiar las miniaturas de otros códices, sino que desarrollaron nuevas escenas valiéndose tanto de lo anterior como de su propia imaginación, para poder ilustrar un libro español muy solicitado y apreciado en aquella época. Este libro era el de los "Comentarios al Apocalipsis" escrito por Beato, monje de Santo Toribio de Liébana a fines del siglo VIII; uno de los aspectos trascendentales de la obra de Beato era su argumentación contra la herejía adopcionista, en cuya discusión tuvo un papel importante que le llevó a formar curiosas relaciones y cuadros genealógicos, pero sus ideas más atractivas eran las de la esperanza de la Salvación y el triunfo del reino de Cristo, después de una época de grandes calamidades, que permitía a los cristianos paralelizar con la situación de la España sometida a los musulmanes; en el siglo X, el éxito de la repoblación en el valle del Duero, con la superación de las pequeñas fronteras asturianas, hizo más creíble la esperanza de recuperar el país, y las ideas de Beato se leían con gusto.
Sin embargo, era conveniente añadir a estos argumentos y a las recapitulaciones de cada aspecto tratado por Beato, unas imágenes que simbolizaran el asunto; aquí es donde tuvo una intervención trascendental Magio, el autor probable de la primera versión de los comentarios, ilustrada con miniaturas explicativas, que se ejecutó en Távara en el año 962. Magio fue el que debió idear los temas, escoger las frases o imágenes que debían ser dibujadas, seleccionar en la iconografía anterior lo que podía aprovecharse y crear, en resumen, una nueva versión del texto y las ideas de Beato, que contribuía tan eficazmente como las palabras de aquél a propagar la idea de un mundo acosado por el mal, sobre el que vendrán a triunfar los ejércitos celestiales. Puede decirse que Beato y Magio comparten la autoría de los famosos manuscritos, que se copiarían repetidamente, primero por Magio con la ayuda de Emeterio, y luego por Emeterio y la monja Ende, a los que imitan otros muchos. Emeterio fue el encargado de completar el libro que Magio dejó inacabado a su muerte en el monasterio de Távara y el que le añadió el famoso dibujo de la Torre de Távara con el escritorio en el que está trabajando el monje Senior, mientras otros personajes tocan las campanas, quizás para celebrar la culminación del libro, y el propio Emeterio se retrata encorvado en su asiento y fatigado, después de tres meses sin abandonar la pluma.
Magio concibió posiblemente las escenas a toda página, divididas en bandas horizontales con fondos de colores contrastados, pero el tipo de las figuras y el estilo habían sido fijados con anterioridad por Florencio, autor de las Biblias de Oña, León y Valeránica, esta última con su discípulo Sancho. Un tercer grupo de ilustradores, posterior a Florencio y Magio es el de Vigila, autor del "Códice Albeldense" en 976, cuyo dibujo y colorido es menos agresivo que el de los monjes leoneses.
La originalidad de los "Beatos", como nombre genérico de los libros miniados españoles del siglo X, es patente frente a lo que se hacía en el resto de Europa. Las formas de los grafismos y la aparición de escolios árabes en sus márgenes, justifican su clasificación de arte mozárabe, por la educación de los monjes que los crearon y utilizaron. Sobre este islamismo hay también una originalidad y una libertad expresiva que ha propiciado la fama de la miniatura española dentro de las concepciones estéticas modernas. Las exposiciones de la Biblioteca Nacional en 1892 y 1924 fueron acogidas con un interés especial por su vinculación con el arte del momento; se expresaron muchas opiniones y se revalorizó este arte hasta el punto de que colaboró tanto o más que la arquitectura a otorgar al mozárabe un lugar preeminente en el desarrollo del arte europeo medieval. Esto abría también la discusión sobre un tema muy debatido y sin posibles respuestas: ¿Qué hubiera sido del arte español si su desarrollo no se hubiera interrumpido primero en la invasión musulmana y después en la aceptación del románico europeo?
Parece en las opiniones más admitidas que hemos perdido una corriente original y valiosa; el primer arte cristiano español fue superior en muchos aspectos al europeo de su época y esto es ya suficiente para que procuremos ampliar su conocimiento sin necesidad de imaginarnos lo que pudiera haber sido después.