Época: Hispania republicana
Inicio: Año 237 A. C.
Fin: Año 30 D.C.

Antecedente:
Conquista romana y resistencia indígena



Comentario

Desde que Roma mantuvo la decisión de que sus tropas permanecieran en la Península Ibérica para el control de los territorios conquistados, se produjo un profundo cambio en su relación con las poblaciones indígenas. La primera mitad del siglo II a.C. estuvo marcada por dos líneas de actuación: por una parte, el ejército romano se empleó a fondo para terminar de sofocar cualquier intento de autonomía de las poblaciones recientemente conquistadas, operación que fue acompañada del sometimiento de nuevos pueblos. Paralelamente, Roma comenzó a tomar las primeras medidas para adecuar Hispania a su propio modelo administrativo.
Desde el fin de la II Guerra Púnica, Roma siguió enviando dos legiones con sus correspondientes tropas auxiliares a la Península. A partir del 197 a.C., cada una de esas legiones dependía de un gobernador provincial con el título de proetor, ya que el territorio controlado por Roma fue dividido en dos provincias, la más alejada de Roma o Ulterior y la parte más próxima o Citerior; el límite entre ambas no era muy rígido, una línea transversal que cortaba la Península desde Cartagena hacia el Noroeste. Y, sin duda, los límites interiores que separaban de los pueblos no conquistados eran mucho más imprecisos.

Cuando era necesario cubrir una exigencia militar mayor, Roma disponía de dos mecanismos sin necesidad de cambiar la constitución: ampliar los contingentes reales de tropas de cada legión o bien enviar a uno de sus dos cónsules, además de a los dos proetores, ya que los cónsules tenían mando sobre dos legiones. Esa situación se produjo en el 195 a.C., cuando el Senado romano consideró que era preciso dar una lección definitiva a los pueblos recién conquistados; ese año, fueron nombrados como pretores, Apio Claudio Nerón para la Ulterior, y P. Manlio para la Citerior, además del cónsul M. Porcio Catón.

La campaña de Catón está poblada de intervenciones contra comunidades indígenas rebeladas, que vieron cómo sus ciudades eran destruidas y sus poblaciones masacradas o vendidas en los mercados de esclavos. Así, después de una dura represión contra los bergistanos, Catón mandó que todos fueran vendidos en subasta, según Livio (34, 17). En sólo un año, Catón eliminó toda la resistencia de los pueblos situados entre el Ebro y los Pirineos, sofocó las revueltas de los pueblos turdetanos e hizo una primera incursión a lo largo de todos los pueblos que limitaban por el interior con los dominios romanos. La arrogancia de Catón queda reflejada en el ultimátum enviado a los celtíberos cuando éstos ayudaban militarmente a los turdetanos; podían tomar tres opciones: luchar junto a los romanos por el doble de sueldo, volver a sus casas sin ser molestados y, si querían la guerra, que indicaran día y lugar.

Mientras enviaba estos mensajes, otra parte de las tropas romanas se preparaba ya para atacar a Segontia (Sigüenza) (Livio. 34, 17; 34, 19). La frase de Plutarco (Cat., 10) donde indica que Catón sometió a 400 ciudades al norte del Guadalquivir no es necesariamente exagerada si entendemos que bajo ese nombre de ciudades se computaban también caseríos, aldeas, castros y cualquier otro núcleo de población. La arqueología no ha avanzado tanto como para poder comprobar en detalle los efectos de la campaña de Catón, pero hay exponentes de su obra en algunos poblados estratégicos que aparecen abandonados / destruidos en la primera década del siglo II a. C.

Si Catón simboliza bien la línea dura del imperialismo romano, otros gobernadores de fechas próximas a él no se comportaron de modo muy distinto: la Península fue objeto de un saqueo sistemático. Basten unos ejemplos: el año 196 a.C., el gobernador de la Citerior, Q. Minucio, llevó al tesoro romano 34.000 libras de plata, otra cantidad capaz de fabricar 73.000 monedas con la biga y otras 278.000 de la llamada plata oscense; el 197 a.C., M. Helvio ya había ingresado en el tesoro 14.732 libras de plata, 17.023 con la marca de la biga y 119.439 de plata oscense (Livio, 34, 10). Y cantidades semejantes se van repitiendo en otros años próximos a éstos.

Frente a comportamientos como el de Catón, T. Sempronio Graco simboliza una acción política muy distinta. Estando al frente de la Citerior los años 180-179 a.C., Graco resolvió la consolidación del dominio romano con otros métodos. Sus pactos con los celtíberos fueron recordados por éstos como modélicos, ya que les dejaba plena autonomía interna y sólo quedaban obligados a colaborar aportando tropas o dinero siempre que Roma precisara de su ayuda; eran reconocidos como libres y aliados. A su vez, para resolver las causas de la inestabilidad interna derivadas de la pobreza y de la falta de tierras, Graco fundó al menos dos ciudades dotadas de un territorio que fue repartido en lotes y distribuido entre la población indígena; estas fundaciones fueron Grachurris (Alfaro, La Rioja) e Iliturgi (Mengíbar, provincia de Jaén).

Ahora bien, con unos u otros métodos, continuó la conquista romana de la Península. El año 193 a.C., el ejército romano se enfrentaba a vettones y carpetanos, ayudados por vacceos y celtíberos, cerca de Toletum (Toledo). El 192 a.C., el ejército romano mandado por Cayo Flaminio tomó la ciudad de Toledo. Como era habitual, la pérdida de una batalla no significaba el sometimiento inmediato de los indígenas. El deseo de autonomía se manifestaba en rebeliones destinadas a sacudirse el yugo de Roma. Así, el 185 a.C., se vuelven a dar nuevas batallas en el valle del Tajo en las que los romanos luchan contra una coalición de carpetanos, vettones, vacceos y celtíberos por el control de los vados del Tajo. Se entiende la presencia de tropas de la Meseta Superior porque eran plenamente conscientes de que el control de los vados del Tajo abría las vías para una fácil penetración del ejército romano en el valle del Duero. Así, antes de mediados del siglo II a.C., Roma se había adueñado de todo el territorio de la Península situado al sur del valle del Tajo y de todos los pueblos que se encontraban al este de los celtíberos.

En la primera mitad del siglo II a.C. se dan los primeros pasos de lo que será la implantación del nuevo modelo administrativo romano. En primer lugar, se encuentra la administración provincial y la definición de las competencias de los gobernadores provinciales; para mitigar los efectos de tal administración, se comienza a aplicar el régimen de patronato. En segundo lugar, se dan los primeros pasos en el desarrollo del régimen de ciudades. De todo ello hablaremos posteriormente.