Época: Aragón Baja Edad Media
Inicio: Año 1458
Fin: Año 1479

Antecedente:
Aragón: de Pedro el Grande a Juan II
Siguientes:
Preludio de guerra
La guerra civil catalana

(C) Josep M. Salrach



Comentario

Cuando en 1436 el Magnánimo se enzarzó plenamente en la lucha por la conquista del reino de Nápoles, y desistió definitivamente de volver a la Península, nombró a su hermano Juan de Navarra lugarteniente de Aragón y Valencia, y le encomendó la dirección de los asuntos familiares en Castilla. La ocasión de volver a intervenir en la política interior castellana la propició la política autoritaria del condestable Alvaro de Luna, que alarmó a los grandes, quienes formaron una Liga (1439) y amenazaron con llevar el país a la guerra civil. Llamados a jugar un papel arbitral en el conflicto, los infantes de Aragón acabaron adhiriéndose a la Liga y pactaron una alianza con su hermana, María de Aragón, mujer de Juan II, contra el condestable (1440). Aunque el monarca apoyó a Alvaro de Luna, incluso con las armas, los coaligados asediaron al rey en Medina del Campo y le obligaron a desterrar al condestable (1441).
Durante casi tres años Juan de Navarra gobernó Castilla mientras se abría un nuevo frente de lucha en Navarra, donde la muerte y sucesión de la reina Blanca (1441) dividía el país entre los partidarios de su hijo y heredero, el príncipe Carlos de Viana, a quien correspondía la sucesión (beaumonteses), y los partidarios de su padre, Juan de Navarra, que deseaba retener el poder en sus manos (agramonteses).

En 1443 Alvaro de Luna volvió a la escena con intrigas palaciegas que buscaban enfrentar al príncipe Enrique, heredero de Castilla, con Juan de Navarra, el cual, sintiendo crecer la conspiración a su alrededor, detuvo a funcionarios y al propio rey (golpe de Estado de Rámaga, 1443). Fue una decisión fatal que el condestable no dejó de aprovechar para presentar a Juan de Navarra como enemigo del reino y ganar para su causa a una destacada parte de los grandes. Juntos derrotaron a los infantes de Aragón en Olmedo (1445), donde Enrique de Aragón fue herido de muerte, y obligaron a Juan de Navarra a abandonar Castilla. Comenzó entonces una nueva guerra entre Castilla y Navarra-Aragón (1445-54), que se alargó a causa de las rivalidades que pronto surgieron en el campo vencedor, dividido entre los partidarios del condestable y los seguidores de Enrique, príncipe heredero de Castilla. Se trató de una guerra fronteriza durante la cual Juan II de Castilla y Alvaro de Luna aprovecharon la división de Navarra para aliarse con Carlos de Viana y encender la guerra civil en este reino (1451). En los años siguientes, obligado a dividir sus fuerzas en Navarra y en la frontera aragonesa con Castilla, Juan de Navarra luchó a la defensiva hasta que, por las paces de Ágreda y Almazán (1454), hubo de aceptar su alejamiento de la política castellana y la pérdida de sus bienes patrimoniales en Castilla.

La obstinación de Juan de Navarra, casado en segundas nupcias con la castellana Juana Enríquez (1447), en no permitir el ascenso de su hijo Carlos de Viana al trono navarro, que legítimamente le correspondía, y la alianza de este príncipe con los enemigos de su padre en Castilla, dividió profundamente a los navarros y les llevó a la guerra civil (1451). Durante el conflicto, Juan de Navarra actuó con gran energía: encomendó el gobierno de Navarra a su esposa Juana Enríquez y capturó y encarceló a su hijo (1451), a quien no daría la libertad hasta 1453, después de muchas presiones de los estamentos de la Corona y bajo la promesa de obediencia y sumisión. Pero, vuelto a Navarra, Carlos de Viana rompió el acuerdo, por lo que su padre le declaró desposeído de la herencia navarra que se comprometió a entregar a su hija Leonor y al esposo de ésta, Gastón de Foix (1455). En 1456 el triunfo de los agramonteses obligó al príncipe Carlos a huir a Francia y después a Nápoles donde intentaría conseguir la ayuda de su tío, el rey Alfonso el Magnánimo.

Entre tanto, Juan de Navarra, nombrado lugarteniente general de Cataluña, presidía en Barcelona las sesiones de las Cortes de 1454-58, que, como se ha explicado, habrían de resultar dramáticas, auténtico preludio de la guerra civil, a causa de los enfrentamientos que en ellas se produjeron entre la monarquía (representada por el lugarteniente), apoyada por los síndicos barceloneses de la Busca, y la oligarquía pactista ferozmente opuesta a la reforma del gobierno municipal de Barcelona, la política de recuperación patrimonial y las disposiciones del rey favorables a las reivindicaciones remensas. Mientras estas Cortes languidecían en Barcelona a causa de la imposibilidad de obtener acuerdos, fallecía en Nápoles Alfonso el Magnánimo (1458), el rey que queriendo desgastar el poder de la oligarquía se había arriesgado a llevar en Cataluña una política de alianza con las clases modestas de la sociedad. Su sucesor, Juan de Navarra, ahora Juan II de Aragón (1458-79), heredó esta política y con ella el ambiente crispado que sus errores contribuirían a convertir en guerra civil cuatro años después.

Inicialmente Juan II tuvo problemas con Castilla donde el nuevo rey, Enrique IV, se resistía a satisfacerle unas cantidades acordadas en las paces de Agreda y Almazán. Pero el frente mediterráneo presentaba dificultades más graves: inesperadamente, los barones napolitanos se sublevaron contra Ferrante I de Nápoles, hijo y sucesor del Magnánimo, y ofrecieron la corona a Renato I de Provenza, que envió un ejército a la Italia meridional. Alarmado, Juan II reunió en Cortes a aragoneses, catalanes y valencianos (1460-61), a los que pensaba pedir ayuda para parar la ofensiva angevina, pero en sus proyectos nuevamente interfirió Carlos de Viana. El príncipe fugitivo, que residía en la corte de Nápoles cuando falleció el Magnánimo, había pasado a Sicilia donde los estamentos, que aspiraban a una mayor independencia, reclamaron para él la lugartenencia y la designación de heredero de la Corona. Juan II comprendió entonces que su estancia en la isla podía dar aliento a los independentistas, y por ello dispuso su retorno. Padre e hijo firmaron entonces la concordia de Barcelona (1460) por la que Carlos recuperaba rentas y posesiones pero se le negaba la residencia en Navarra y Sicilia, y no se le reconocía la primogenitura que reclamaba.