Época: Arte Antiguo de España
Inicio: Año 250 A. C.
Fin: Año 25 D.C.

Antecedente:
Las ciudades hispanorromanas

(C) José Luis Jiménez Salvador



Comentario

El carácter bélico que presidió el comienzo de las relaciones entre Roma y la Península Ibérica ocasionó que, desde las postrimerías del siglo III a. de C., las tropas romanas acamparan en su territorio. De este modo, los establecimientos militares representan la primera manifestación de la arquitectura romana en suelo peninsular, así como la primera actividad de tipo urbanístico, de las que apenas se posee evidencia arqueológica. No obstante, gracias a las citas de algunos autores griegos y latinos, sabemos que tras el desembarco de Cneo Escipión en el puerto de Emporion (Ampurias), en el 218 a. C., el ejército romano estableció una guarnición estable o praesidium en la zona superior de Tarraco (Tarragona), reforzada por un dispositivo de defensa, del que se conservan tres torres y dos lienzos de muralla, que a lo largo del siglo II a. C. desempeñó un importante papel como base militar con ocasión de las campañas contra la Celtiberia. Unos pocos años más tarde, en el 195 a. C., Emporiom volvió a acoger un nuevo contingente militar comandado por el Cónsul M. Porcio Catón, desplazado para sofocar una revuelta de indígenas. Del campamento instalado con tal motivo, sobre el que más tarde se dispuso la ciudad romana, recientemente, se han recuperado algunos restos, destacando un conjunto de cisternas para el almacenamiento de agua.
Los campamentos, cuya primera descripción nos proporciona Polibio, presentaban una serie de cánones constructivos referentes a su planta, que debía ser de forma cuadrangular con los ángulos redondeados, con una relación entre longitud y anchura y una superficie determinada. No obstante, estas normas no eran respetadas de un modo tajante, ya que las peculiaridades del terreno sustancialmente condicionaban la planta. La técnica constructiva podía constar de simples bastiones de tierra y empalizadas de madera, precedido todo ello de un foso, o bien, cercado con un vallum o muralla fabricada con dos muros de mampostería rellenos de piedra menuda, incorporando con frecuencia cada cierto intervalo torres de vigilancia. La distribución interna se regía a partir de dos ejes fundamentales, denominados vía Principalis y la vía Praetoria, que se cruzaban en ángulo recto, organizando la disposición de las construcciones que albergaban a las tropas y a los distintos servicios, en la que ocupaba un lugar preferente el edificio principal o praetorium.

Como es lógico, la importancia de estos dispositivos militares guardaba una relación directamente proporcional a la envergadura de las operaciones a ejecutar. Destacan entre ellos los relacionados con la toma de Numancia, la llamada Circunvalación, gran obra de ingeniería que cercó la pequeña ciudad mediante siete campamentos establecidos en los cerros limítrofes, unidos entre sí por una muralla de enorme grosor y altura de unos 9 km de longitud, reforzada con fosos, empalizadas y torres de vigilancia.

Además de los establecimientos militares hay que mencionar la fundación de una serie de ciudades, casi todas a lo largo del siglo II a. de C.: Italica (junto a Sevilla), Tarraco (Tarragona), Gracchurris (junto a Alfaro, La Rioja), Carteia (en la bahía de Algeciras), Corduba (Córdoba), Valentia (Valencia), Palma (Palma de Mallorca) y Pollentia (Alcudia, Mallorca), a las que habría que añadir alguna otra, como Emporiae (Ampurias) o Baetulo (Badalona); así como otras que, aunque no figuran como fundaciones romanas, cayeron bajo el dominio de Roma muy tempranamente, como es el caso de Carthago Nova (Cartagena) y Saguntum (Sagunto). En líneas generales, todavía es muy escasa la información que poseemos sobre el aspecto arquitectónico que presentaría una buena parte de ellas, debido a que en su mayoría han venido siendo objeto de ocupación hasta nuestros días de forma ininterrumpida, lo que ha provocado una transformación radical del paisaje urbano de época romana, cuyos vestigios, de haber resistido el paso del tiempo, se hallan sepultados en el subsuelo de nuestras ciudades. No obstante, el incremento de las investigaciones arqueológicas en los últimos tiempos está contribuyendo a mejorar esta situación. En cualquier caso, hay que tener presente que el proceso de urbanización estuvo asociado al de monumentalización y que son éstos, los monumentos, los elementos que definen la configuración urbana de una ciudad. Por lo tanto, urbanismo y monumentalización son dos conceptos que difícilmente pueden entenderse por separado.

De entre todas las ciudades mencionadas destaca Emporiae por los datos que disponemos sobre su configuración urbana en el período que nos ocupa. Creada en torno al año 100 a. C. a partir del campamento militar de comienzos del siglo II a. C., la planificación de la nueva ciudad incluyó la construcción de las murallas y la delimitación de un sistema de manzanas de calles (insulae) de 70 x 35 m (2 x 1 actus), así como la instalación del centro monumental, el foro, situado frontalmente sobre el eje principal de la ciudad. Este foro constaba esencialmente de un área sagrada con un templo central elevado sobre podio y rodeado por un pórtico de tres lados en forma de herradura, dotado de un espacio subterráneo (criptopórtico), dividido en dos naves por medio de pilares, al igual que en el pórtico. El templo dominaba el espacio cuadrangular de la plaza dotada de pórticos con tabernae en el lado meridional.

Tanto el esquema compositivo como los aspectos metrológicos -se ha podido deducir que la unidad de medida utilizada para la construcción del foro fue el pie itálico de 27,50 cm- y estilísticos permiten situar el conjunto emporitano como un exponente más de la tradición constructiva desarrollada en la Campania y Lacio meridional a lo largo del siglo II a. C.

Igual interés poseen los escasos vestigios pertenecientes a la arquitectura doméstica en los que se pone de manifiesto la introducción de esquemas arquitectónicos itálicos, donde se advierte la presencia de un eje principal que determina la disposición de la entrada (vestibulum), atrio y habitación principal (tablinum). También en torno al año 100 a. C. se fundó Baetuto (Badalona), de la que se conoce parte de su estructura defensiva del momento fundacional, así como restos de viviendas y de unas termas fechadas en el segundo tercio del siglo I a. C. Su creación junto con la de otros núcleos como Iluro (Mataró) o Blanda (Blanes) respondió a la necesidad de crear centros de control para la explotación de un territorio de acuerdo con el modelo de producción romano, de lo que se deduce que en el Noreste peninsular el proceso de romanización se hallaba muy avanzado tras un siglo de ocupación militar.

Es muy posible que el ejemplo más antiguo de edificio religioso romano en la Península sea el localizado en Italica (cerro de Los Palacios), correspondiente probablemente a un templo de triple cella fechable en la fase fundacional de la ciudad, en torno al 200 a. C. No se trata del único caso conocido en suelo peninsular, puesto que Saguntum también ha deparado un edificio de planta cuadrada y cella tripartita, construido a lo largo del siglo II a. C. de acuerdo con un esquema que permite pensar en la existencia de un foro presidido por este templo, siguiendo modelos de clara inspiración itálica. Otros dos templos de similares características y en no mejor estado de conservación, vienen a completar este importante grupo de edificios religiosos. Se trata del localizado en el emplazamiento del posible foro de Carteia, datable hacia mediados del siglo I a. C. y del templo situado en el foro de Pollentia, fechado a comienzo de la época imperial.

El traslado a Hispania de los conflictos civiles de Roma en el siglo I a. C. favoreció entre otras consecuencias la fundación de nuevos establecimientos con objetivos militares y socioeconómicos como por ejemplo Metellinum (Medellín, Cáceres) y Castra Caecilia, en los alrededores de Cáceres, creados por Q. Caecilio Metelo para detener el avance de Sertorio. Todavía son muy escasos los vestigios arquitectónicos identificados que puedan asociarse con esta etapa, como los pertenecientes a unos posibles almacenes de grano en Osca (Huesca), centro de operaciones de Sertorio durante los acontecimientos bélicos de principios de siglo I a. C., descubiertos en excavaciones recientes. En otras ocasiones son conocidos únicamente por el testimonio de algún autor antiguo, como por ejemplo la escuela que estableció Sertorio en Osca para la formación en las costumbres romanas de los hijos de la nobleza ibérica; la basílica de Corduba a la que se dirigía Q. Casco Longino cuando sufrió un atentado en el año 48 a. C.; los pórticos del foro de Hispalis (Sevilla), donde se instaló una de las dos legiones de Varrón. En algún caso, la información no es tan detallada, pero no por ello es menos valiosa. Así, sabemos que en el año 45 a. C., después de la batalla de Munda, una parte importante de la ciudad de Corduba fue destruida por las tropas de César, lo que sin duda debió repercutir en su desarrollo monumental posterior.

Junto con la política de nuevas fundaciones, es preciso mencionar cómo a partir de la segunda mitad del siglo II a. C. y comienzos del I a. C., desde el punto de vista arquitectónico, comienza a advertirse en algunos asentamientos indígenas los primeros efectos del proceso de romanización, como demuestra esporádicamente la arqueología, en menor medida en lo monumental y de forma más palpable en el ámbito de la arquitectura privada. Algunos de estos exponentes monumentales son aún mal conocidos, como un gran edificio localizado en la acrópolis de Contrebia Belaisca (Botorrita, Zaragoza), erigido, cuando menos a finales del siglo II a. C., con muros de adobe sobre cimentación de piedra, compuesto en planta baja de cinco naves estrechas y alargadas, abiertas a otras tantas puertas y precedido de un pórtico columnado como vestíbulo, para el que se ha sugerido una función religiosa o bien de carácter comercial como almacén. En otras ocasiones, los edificios están mejor identificados, como en Azaila (Cabezo de Alcalá, Teruel), donde se conoce un pequeño templo in antis y unas termas, pero en cualquier caso, se trata de actuaciones concretas determinadas por las fuertes limitaciones del asentamiento que impiden el desarrollo de un programa arquitectónico a gran escala. En el ámbito de la arquitectura privada, destacan las estructuras descubiertas en Caminreal (Teruel) o Fuentes de Ebro (Zaragoza), en los que se advierte la presencia de elementos con una apariencia externa romana, si bien su tratamiento está limitado por intereses preexistentes.

Parece verosímil que algunas de estas manifestaciones arquitectónicas iniciales, como las citadas de Contrebia Belaisca y Azaila, denoten la presencia de un arquitecto romano aplicando esquemas propios, aunque ejecutados por manos indígenas, y destinados a una clase social dominante o privilegiada en el seno de la sociedad indígena. Así parece atestiguarse de forma clara en una casa de Caminreal (Teruel), en uno de cuyos suelos de opus signinum, pavimento típicamente romano, se hace constar el nombre, Likinete, y la procedencia del indígena que encargó no sólo este suelo sino la casa entera.

César, desde su posición privilegiada de vencedor de la contienda de las guerras civiles, imprimió un fuerte impulso a la creación de centros urbanos, algunos de los cuales pudieron tener originariamente carácter de campamentos militares, como Norba (Cáceres), Scallabis (probablemente Santarém) o Pax Julia (Beja), estos dos últimos en Portugal. No obstante, la labor de César se dirigió más a la consolidación de la estructura urbana mediante la potenciación y la promoción de status privilegiados -colonia o municipio- de fundaciones romanas más antiguas y de centros indígenas para impulsar o ratificar su definitiva integración en el imperio. Es precisamente en esta época cuando en el valle del Ebro se establece la primera colonia romana, Colonia Victrix Julia Lepida Celsa (Velilla de Ebro, Zaragoza) que llevó aparejada la consolidación de fórmulas del urbanismo itálico, como el modelo de casa con atrio, que sólo de manera incipiente habían comenzado a desarrollarse en el curso del siglo I a. C.