Comentario
Una vez terminada la guerra carlista, en la que los militares fueron protagonistas de la vida nacional como lo habían sido desde 1808 a 1824 (guerras de independencia y emancipación americana), comienza en la vida política el parlamentarismo pretoriano en denominación de R. Carr o el Régimen de los generales, según J. Pabón. Este período que abarca el reinado efectivo de Isabel II y el gobierno provisional del sexenio en el que varios destacados generales continuarán ejerciendo el liderato desde el poder político: Espartero, Narváez, O'Donnell, Prim y Serrano.
La llegada al poder de Espartero fue el resultado del deseo de la corriente progresista por ejercerlo amparada en el prestigio de este general. En 1840 encontró su momento de pronunciarse con la ayuda negativa del ejército que no apoyará la débil situación de María Cristina. El motivo inmediato será una ley típicamente moderada: la Ley de Ayuntamientos.
El régimen político, sustentado en buena parte por el liberalismo moderado con la cabeza visible de María Cristina, se desmoronó. Espartero -que había firmado el Convenio de Vergara- pasó en octubre de 1840 a ser corregente con María Cristina y en mayo de 1841 será regente único.
La Corte se había trasladado a Barcelona en junio de 1840 para pasar el verano. El recibimiento como héroe que tributó la población de la Ciudad Condal a Espartero en julio supuso el fortalecimiento de éste y el recelo de María Cristina. Por entonces, los progresistas se enfrentaban con el gobierno y la regente por una proyectada Ley de Ayuntamientos por la que la Corona controlaría el gobierno local. Espartero propuso a María Cristina retirar la ley, disolver las Cortes y sustituir el gobierno. La sanción de la ley el 16 de julio provocó graves manifestaciones en Barcelona tras la que la reina gobernadora nombró el gobierno progresista de Antonio González con el beneplácito de Espartero. Aun así, María Cristina se negó a la anulación de la Ley de Ayuntamientos. Ante esta actitud, dimite Antonio González que es sustituido por Modesto Cortázar. En septiembre, la insurrección callejera se extiende a Madrid y a otras ciudades. La reina pidió a Espartero la represión de los alborotos. Este no sólo se negó sino que publicó un documento en que se quejó del repetido favor real de la reina hacia los moderados y pedía la disolución de las Cortes y una nueva Ley de Ayuntamientos.
La reina cedió y nombró a Espartero Jefe de Gobierno al tiempo que renunciaba a la regencia. Según la Constitución, antes de que las Cortes nombrasen nuevo regente el reino será gobernado por el Consejo de Ministros, en este caso presidido por Espartero que será regente provisional hasta mayo de 1841. En octubre suspendió la Ley de Ayuntamientos y no convocó las Cortes en varios meses.
Los moderados, militares y políticos civiles, se colocaron en la oposición desde un principio. El exilio de María Cristina en París fue una oportunidad para, desde allí, conspirar apoyada por el Gobierno de Luis Felipe de Orleans.
En las Cortes, reunidas en mayo de 1841, se produjo una paradoja difícil de entender. La mayoría progresista era partidaria de una regencia trina. Los seguidores personales de Espartero (ayacuchos) y los escasos moderados diputados a Cortes, de la regencia única. Al salir triunfante esta postura, Espartero tuvo que apoyarse en ayacuchos y moderados mientras que contó con la oposición de buena parte de sus seguidores teóricos, los progresistas. La realidad es que, desde el principio, no supo entenderse con buena parte de los políticos civiles de su partido que se sintieron marginados al nombrar un nuevo gobierno, presidido por A. González, con varios militares y sin la presencia de Olózaga. Los progresistas, que habían padecido la discriminación de María Cristina, padecen ahora la inclinación del regente a elegir sus ministros dentro del círculo de incondicionales. Así pues, el 10 de mayo de 1841 Espartero se convirtió en un regente del partido progresista pero con la oposición de ciertos sectores del mismo.
Los políticos moderados y progresistas (Olózaga entre ellos) derrotan al Gobierno en las Cortes. Al mismo tiempo, se prepara una conspiración para un levantamiento, con Diego de León, O'Donnell y Narváez al frente y con el apoyo de civiles y el gobierno francés.
El levantamiento, que tendrá lugar en septiembre y octubre de 1841, fracasó por negarse los carlistas a colaborar, apoyo con el que contaban los alzados y por la descoordinación y precipitación a que llevó el temor a ser descubiertos.
La legislación antiforalista del gobierno González, por la que los Ayuntamientos y Diputaciones quedaban sometidas a la ley general, provocó una reacción en contra en algunas provincias del norte y en Barcelona donde se constituyó una Junta que llegó a actuar con autonomía plena. Espartero se vio abocado a establecer el estado de sitio en cuantas ciudades cundiera este ejemplo. La mayoría del Congreso volvió a derrotar a Espartero al declarar estas medidas como anticonstitucionales y votar la censura del Ministerio González, que tuvo que ser sustituido.
Espartero, en junio de 1842, nombra Presidente del Consejo de Ministros al General Rodil (Marqués de Rodil) sin apoyo parlamentario. Se había creado un clima de aislamiento de Espartero que facilitó la conspiración moderada dirigida desde París y la actuación de las Juntas, que se enfrentaban abiertamente al gobierno.
Buena parte de la población de Barcelona iba a jugar un papel decisivo en el aumento de grado de la oposición a Espartero. En 1840 la opinión mayoritaria era favorable a Espartero por su oposición a la centralizadora Ley de Ayuntamientos. Sin embargo, la actuación posterior de Espartero no satisfizo a los catalanes. Según Prim, el gobierno no se interesó por terminar con el contrabando que afectaba seriamente a la industria textil. A ello se sumó su política librecambista y el anuncio de un tratado comercial con Inglaterra que tuvo la oposición tanto de los patronos (Junta Popular) como de los obreros (Asociación de Trabajadores) que pedían protección a 1a industria nacional. El movimiento más fuerte fue en noviembre de 1842, que terminó con una dura represión por parte de Espartero, quien ordenó el bombardeo de Barcelona en diciembre.
A su vuelta de Barcelona, Espartero fue recibido con mucha frialdad en Madrid. Desde comienzos de 1843 se multiplicaron los acuerdos entre progresistas disidentes y moderados reunidos en Juntas de vigilancia. La disolución de las Cortes (enero de 1843) y las elecciones de abril, en las que Espartero perdió la mayoría, obligaron a sustituir a Rodil y a nombrar Presidente del Consejo a Joaquín María López quien, además de presentar un programa de gobierno muy duro contra Espartero, exigió la destitución de Linaje -secretario militar de Espartero- a lo que Espartero se negó haciendo dimitir a López, disolviendo las Cortes y suprimiendo la prensa libre, una de las mayores conquistas de 1840.
La oposición de moderados y progresistas, ya aliados desde hacía meses, pidió la restauración de López y la normalidad constitucional.
En mayo los pronunciamientos se difundieron por toda Andalucía, culminando con la rebelión de Sevilla (17 de julio de 1843). El movimiento tomó cuerpo en Cataluña, donde la Junta Suprema de Barcelona destituyó el General Espartero y nombró ministro universal a Prim. Los únicos asideros sólidos del gobierno de Espartero fueron sus seguidores personales entre los generales ayacuchos.
Narváez se unió a los disidentes y derrotó al ejército de Espartero en su avance sobre Madrid (Torrejón de Ardoz: 22-julio-1843). Espartero fue derrotado en el campo político por sus adversarios y en el campo de batalla por los generales moderados. Ante la evidencia de que el poder quedaría en manos de estos últimos, muchos progresistas quisieron "despronunciarse" pero ya era tarde. Espartero renunció a la Regencia y embarcó el 30 de mayo hacía su exilio londinense.
Para la historiografía del siglo XIX, cuya narración se viene repitiendo hasta la actualidad, Espartero se iba derrotado y sin apoyos ni entre sus iniciales seguidores. Su acción de gobierno en el bienio largo que estuvo en la regencia se confunde con la oposición a la que fue sometido. La regencia de Espartero necesita de investigaciones que aclaren el aparente caótico panorama de que disponemos. Parece que hizo poco o nada positivo y su desprestigio era enorme. Sin embargo, esta visión que tenemos aun hoy día explica mal el enorme prestigio y el número de seguidores que tuvo a su vuelta en 1856 y que le acompañó en las décadas siguientes.