Época: Alfonso XIII
Inicio: Año 1917
Fin: Año 1923

Antecedente:
La crisis de la monarquía constitucional

(C) Genoveva García Queipo de Llano



Comentario

En el mes de noviembre de 1917 fue de nuevo llamado a formar gobierno Manuel García Prieto, que trató de integrar a los representantes de las fuerzas políticas que hasta entonces habían estado marginadas: De la Cierva, como ministro de la Guerra, representaba a las Juntas Militares de Defensa y el regionalismo accedía al poder con el beneplácito de Cambó, aunque sin representar a todas las fuerzas que habían estado en la Asamblea de Parlamentarios. Sin embargo, la acumulación de elementos políticamente heterogéneos tuvo consecuencias muy negativas en un plazo de tiempo muy corto. El gobierno García Prieto careció siempre de una dirección efectiva y su fracaso fue rotundo en todos los aspectos. De la Cierva no sólo no solucionó los problemas militares sino que instaló a las Juntas como grupo de presión en el seno del Gobierno. Este convocó unas elecciones que él mismo calificó de renovadoras pero que no resolvieron nada, porque, aunque resultaran algo menos mediatizadas desde el poder que las anteriores, su resultado fue la fragmentación de los partidos del turno convirtiendo a las Cortes en una torre de Babel.
En el mes de marzo de 1918 se produjo la crisis del gobierno de García Prieto que resultó aún más grave que la anterior, porque daba la sensación de que nadie estaba dispuesto a hacerse con el poder y quien lo estaba no era aceptado por el resto de las fuerzas políticas. Ante la amenaza de una abdicación de Alfonso XIII, finalmente se logró formar un Gobierno Nacional que fue recibido con fervorosas muestras de entusiasmo patriótico. En él figuraron los políticos más importantes: estuvo presidido por Antonio Maura y formaron parte del mismo Cambó, Romanones, Dato, García Prieto, Alba... etc. Resultaba muy significativo que la presidencia de Maura testimoniaba que era ya considerado como el primer político del país. Otro gran entusiasta de la fórmula fue también Cambó, que por vez primera ejercía el poder. El programa del gobierno tenía muy escasas coincidencias entre sus miembros y, a medida que pasaba el tiempo, creció el número de los que querían dimitir. Uno de los méritos de este Gobierno Nacional (de tan sólo nueve meses de duración) fue el haber superado los difíciles últimos meses de neutralidad española ante la Primera Guerra Mundial, pero en realidad, pasado el inicial entusiasmo, los grupos políticos animaban a sus jefes a que abandonaran el poder ante el desgaste sufrido. Al final, fue el liberal Santiago Alba quien provocó la crisis, lo que contribuyó a averiar a una de las personalidades más valiosas del momento.

Como consecuencia del colapso del Gobierno Nacional, se produjo una grave crisis política en noviembre de 1918 y la dificultad de encontrar un sustituto. Se creó, así, un vacío que dificultaría cualquier intento de gobierno estable. De nuevo Manuel García Prieto fue el encargado de formar el gabinete con un programa que pretendía renovar el liberalismo español, en el que estaban contenidas reformas tales como la autonomía universitaria o la abolición de la Ley de Jurisdicciones. Pero hubo de hacer frente a una nueva fuente de conflictos tan inesperada como profunda, el agravamiento del problema catalán, y fue incapaz de resolverlo. Sin duda, el credo del presidente Wilson provocó en la posguerra un ambiente de autodeterminación nacionalista, propicio para la eclosión de los nacionalismos que se consideraban oprimidos. En noviembre de 1918 la Lliga inició una campaña a favor de la autonomía integral redactando unas bases autonómicas que fueron entregadas al Jefe del Gobierno. El gobierno de García Prieto acabó colapsado a causa del planteamiento del problema catalanista, produciendo una división en el seno del mismo entre los ministros partidarios de acceder a las peticiones catalanas (el Conde de Romanones) y los que se negaban en rotundo a ello (Santiago Alba). La tirantez que presidió el planteamiento de la autonomía catalana se debió en gran medida al recelo que albergaban los catalanes acerca del escaso interés del gobierno sobre su problema.

El destinado a la sustitución fue el Conde de Romanones beneficiado por el hecho de que, una vez finalizada la guerra mundial, resultaba lógico que ocupara el poder quien había adoptado desde el sistema una postura más complaciente con los que habían resultado vencedores. La formación del gabinete resultó complicada y, en definitiva, se logró un gobierno de gestión no ya liberal sino romanonista. El gobierno parecía efímero pero duró más de lo previsto en un principio (de diciembre de 1918 a abril de 1919) y el eje central de su actuación lo constituyó el autonomismo catalán.

En efecto, a partir de este momento, el problema catalán siguió dos rumbos paralelos. El gobierno intentó formar una comisión con representantes de los distintos partidos para solucionar el problema pero pronto le faltaron los apoyos fundamentales, primero de las izquierdas y luego también de las derechas. Al fin presentó a las Cortes un proyecto de ley en el que se trataba de manera conjunta la autonomía catalana y la municipal. Por su parte, los catalanes redactaron un estatuto de autonomía que intentaron fuera aprobado amenazando con iniciar un movimiento de protesta civil. La verdad es que en el Parlamento encontraron una actitud que bien se puede calificar de muy poco comprensiva: si Niceto Alcalá Zamora acusó a Cambó de permanecer dubitativo entre ser el líder de la independencia catalana o el político que pretendía dirigir la española, Antonio Maura provocó una reacción fervorosa de españolismo radical con resultado muy negativo para las pretensiones catalanistas. Pero en el momento de la máxima tensión de este problema se produjo una grave agitación social en Barcelona que transformó el centro de gravedad de las preocupaciones de los catalanistas.