Comentario
La industria española, en líneas generales, no conoció una auténtica depresión en estos años, sino un estancamiento que afectó de diferente manera a sus distintos sectores. Dado el relativo poco peso de los productos manufacturados en la balanza exportadora y la importancia de un mercado interior notablemente autárquico y cuya capacidad adquisitiva, sobre todo de bienes de consumo, apenas disminuyó durante el período, la situación fue menos desfavorable que la de otros países occidentales. Los índices generales de producción muestran que en la industria el inicio de la recesión se retrasó hasta avanzado 1931, y en algunos sectores, como el textil catalán, hasta 1933, en parte como efecto del tirón de la demanda provocado por el aumento de los salarios y por la bajada de los precios internacionales del algodón. El punto cenital de la recesión se produjo también aquí en la segunda mitad de 1933, y luego hubo una cierta recuperación, aunque sin alcanzar los niveles de comienzos de la década.
Las causas de la contracción industrial obedecieron, en mayor medida que en el sector primario, a la evolución de la política económica. En algunos casos, el origen estuvo en el brusco cese de las líneas expansivas marcadas por la Dictadura, lo que acarreó a partir de 1930 una disminución de la inversión pública que afectó sobre todo a las industrias de base, muy dependientes de la acción del Estado. En otros, el declive obedeció más a las dificultades del mercado interior, a la estabilización monetaria y a la caída de las exportaciones. En general, las industrias básicas -energía, minería, siderometalurgia, cementos, etc.- fueron las más perjudicadas, si bien es posible apreciar un comportamiento distinto en las industrias tradicionales, como la minería, que revelaron sus carencias estructurales y una falta de competitividad que ya no podía cubrir el proteccionismo estatal, y aquellas otras más modernas -abonos, químicas, electricidad sobre todo- que reforzaron su crecimiento durante el período. Con un índice 100 para 1929, la producción industrial total descendió al 92,6 en 1933, para ascender al 94,7 al año siguiente. En cambio, el índice de industrias básicas, que había bajado hasta el 69,1 en 1933, siguió descendiendo durante el año 1934, llegando a alcanzar el 68,4 por ciento del índice de 1929. Aunque en menor grado, también las industrias de bienes de equipo y las de bienes de inversión, sobre todo las de material de ferrocarril, padecieron la escasa afluencia de capitales y el parón sufrido por la mecanización agraria y el cambio de la política ferroviaria. Por su parte, las industrias de consumo experimentaron un cierto estancamiento, pero su papel en el conjunto de la industria española siguió creciendo hasta 1932, beneficiado por la recesión en otros sectores: en ese año, suponían el 45 por ciento del índice industrial global, frente al 41,7 por ciento de 1929.
Pese a su relativa benignidad, la crisis repercutió en el nivel de empleo de sectores claves de la industria, donde se alcanzaron tasas de paro inusuales, aunque mucho más bajas que en la agricultura. Así, en la construcción, el frenazo a la política de obras públicas por las dificultades presupuestarias de finales de la Dictadura, fue seguido por una restricción del crédito oficial, que afectó especialmente a la promoción de viviendas en las grandes ciudades. Ello se tradujo en un rápido incremento del desempleo, que a finales de 1933 alcanzaba a 76.000 trabajadores del sector. Sólo el establecimiento de una política de incentivos oficiales (Ley Salmón), permitió en 1935 una cierta recuperación de la construcción cuya crisis, además, afectaba a la industria cementera. Otro sector cuya crisis tuvo implicaciones sociales importantes fue el de la siderometalurgia, mayoritariamente concentrado en el País Vasco, y sometido a una estrecha protección estatal. Al descenso de las exportaciones de metal y a la caída de los fletes, consecuencia directa de la crisis mundial, se unió el parón oficial a la política de desarrollo ferroviario. Entre 1928 y 1933, la producción de material para el ferrocarril disminuyó en un 97 por ciento. Ello, unido a la baja demanda de maquinaria agrícola y a la escasa renovación del utillaje industrial, provocó una fuerte disminución de la producción de hierro, que en 1935 era la mitad de la de 1928, y de acero, que disminuyó en más del cuarenta por ciento. Las dificultades de grandes compañías como Altos Hornos condujeron a una reducción de plantillas que afectó sobre todo a los obreros vizcaínos. En 1933, había treinta mil metalúrgicos en paro.