Comentario
La ocupación de la isla de Sicilia por las fuerzas aliadas, que había culminado a mediados del mes de agosto de 1943, había supuesto la primera pérdida territorial para el conjunto de los países integrantes del Eje. Los sucesivos jalones del avance realizado sobre la península la convirtieron en un campo de batalla escenario de enfrentamientos especialmente cruentos. El desembarco realizado en Anzio había sido prólogo para los duros combates centrados en Montecassino.
El objetivo de la conquista de Roma no supuso, sin embargo, la finalización de la guerra en Italia, que quedaba partida en dos entre unos adversarios dispuestos a utilizar todos los medios a su alcance para vencer al enemigo. El final de la primavera de aquel año presentaba así un panorama que no admitía previsiones acerca de las consecuencias del conflicto. Las dos fuerzas enfrentadas disponían de medios suficientes para actuar y de hecho los siguientes meses vieron algunos de los hechos bélicos más significativos de la guerra, en la que, sin embargo, Italia había quedado ya relegada al papel de escenario de segundo orden.
El día 5 de junio de 1944, la línea del frente superaba ya ampliamente los límites de la ciudad de Roma. Toda la anchura de la península italiana, recorrida de norte a sur por las marcadas elevaciones de los Apeninos y los Abruzzos, serviría para el establecimiento de subsiguientes líneas de resistencia alemanas. Ahora, el general Kesselring se situaba en la centrada en el lago Trasimeno. Esta, sin embargo, servía solamente como prólogo a la organización de la que era básica en los planes de la Wehrmacht, la denominada Línea Gótica que atravesaba la región de Toscana entre las ciudades de Florencia y Bolonia.
Por parte aliada, los objetivos básicos del general Alexander eran dos y se hallaban combinados entre sí. Por un lado, trataba de elevar el nivel de conflictividad de la península, con el fin de obligar a los alemanes a desplegar sobre ella el mayor número posible de fuerzas y distraerlas, por tanto, de escenarios fundamentales como el abierto en el norte de Francia. Por otro, procuraba mantener a los dos Ejércitos que comandaba el V y el VIII en las mejores condiciones técnicas posibles, con el fin de poder hacer frente de forma efectiva al gran potencial del adversario.
Los estrategas aliados estaban prácticamente seguros de poder efectuar una penetración con relativa facilidad sobre la parte sur del territorio del Reich, una vez ocupado el norte de Italia y atravesada la cadena montañosa de los Alpes. Sin embargo, muy pronto se vería que los éxitos alcanzados hasta entonces no significaban la inminencia de un rápido triunfo final. Los alemanes, aunque puestos en situación de retirada, resistían duramente sobre el territorio con ánimo ante todo de reforzar las defensas de la Línea Gótica y convertirla en una barrera infranqueable.
La realidad hizo de esta forma que las expectativas del general Alexander no solamente no se viesen cumplidas, sino que en cierta medida la situación se invirtiese en contra suya. La posibilidad de un desembarco aliado realizado en el sur de Francia le obligó a disminuir sus efectivos en Italia en siete divisiones, además de una parte importante de su flota aérea. Por el contrario, Kesselring se veía provisto de cuatro divisiones nuevas, enviadas desde Alemania, ya que Hitler no se hallaba dispuesto a correr el riesgo que suponía un ataque lanzado desde el Sur. Así las cosas, el desarrollo de la campaña de Italia no resultó tan breve en el tiempo como se había supuesto en un principio. De hecho costó grandes esfuerzos a los aliados realizar la expulsión de las fuerzas del Reich del territorio italiano, cuya zona norte fue uno de los últimos espacios liberados del continente.