Comentario
En su origen, en la invención de Gutengberg parece tener como objeto la necesidad de superar el cansino sistema de la copia manuscrita como elemento de difusión cultural. Posiblemente Gutenberg no estaba pensando en producir eso que hoy llamamos libro impreso, sino en fabricar una serie de sucedáneos de manuscritos que permitieran ahorrar el penoso trabajo de la caligrafía, ofertando a un mejor precio las copias.
Para obtener una inmediata rentabilidad de la nueva técnica debía empezar por un producto de fuerte demanda. No es de extrañar pues, que Gutenberg pusiera su empeño, desde el principio, en la fabricación de una obra monumental: la Biblia. Un texto que, por su valor intrínseco, permitiría recuperar rápidamente la inversión realizada.
Gutenberg supone la superación de las planchas de madera o de metal llamadas xilografía. La innovación de Gutenberg se liga, asimismo, a dos importantes avances que la posibilitan: el desarrollo de la metalurgia que permite los tipos metálicos (muy unido también a la tradición de la orfebrería) y la revolución del papel que, de origen chino, era conocido en Occidente desde el siglo XII a través de los árabes españoles, y que, más frágil que el pergamino, era sesenta veces más barato (en el siglo XV hacían falta 300 pieles de carnero para confeccionar una biblia).
Se han apuntado diversas circunstancias para la extensión de la imprenta por Europa. Algunas puramente coyunturales (la toma de Maguncia por el elector de Nassau en 1462, repetidamente señalada como uno de los factores de la extensión de los tipógrafos de esta ciudad por toda Europa). Sin embargo, la principal razón debe buscarse en la búsqueda de nuevos clientes por parte de estos impresores alemanes que protagonizan mayoritariamente las primeras etapas de la implantación de la imprenta por los diferentes lugares de Europa. Tal demanda la podían alcanzar fundamentalmente en las plazas comerciales más importantes y en las sedes universitarias, allí donde la nueva educación humanista y la consecución de unos mayores niveles de alfabetización posibilitaban el auge de la misma. Así en el Imperio, la imprenta se establece en Maguncia, poco después en Basilea (Johan Froben) y en Nuremberg (Anton Koberger). A partir de 1467, se establece en tierras italianas: Roma (1467), donde se imprime la primera obra fuera del ámbito germánico (Cartas de Cicerón), Venecia (1469), Nápoles, Florencia y Milán (1470). Prácticamente en fechas similares, en torno a los inicios de la década de 1470, aparece en París y Lyon (1473) y en los Países Bajos (Utrecht, 1470).
La llegada de la imprenta a España debió insertarse en un mercado del libro más o menos desarrollado. Clive Griffin señala que su introducción no creó inmediatamente una demanda, sino que vino a satisfacer la que ya existía, y que si antes se importaban libros manuscritos ahora iban a serlo también impresos.
En España se creyó durante mucho tiempo que la primera obra impresa era el Sinodal de Segovia, por el impresor alemán Juan de Parix, adjudicándole la cronología de 1472 ó 1473. Hoy se sabe que fue posterior. Zaragoza ha reivindicado también la paternidad de la imprenta, a través de la existencia de un registro de asociación de impresores, dirigidos por Botel, que se constituiría en 1473. Pero no hay constancia de libros impresos en ese año en Zaragoza.
La obra que se ha venido considerando en los últimos años como el primer libro impreso en España ha sido Obres e trobes en lahors de la Verge Maria, colección de cuarenta poesías en valenciano, cuatro en castellano y una en toscano, premiadas en un certamen celebrado en Valencia el 11 de febrero de 1474. No constan en este libro impreso en Valencia ni la fecha de la impresión ni el nombre del tipógrafo, pero se ha supuesto que se trata del mismo año del certamen y del impresor Lamberto Palmart, por tener los mismos caracteres romanos que usó Palmart en la Summa de Santo Tomás de Aquino, primer libro que lleva su nombre (editado en 1477).
Un estudio monográfico de Witten ha puesto de relieve la probable prioridad cronológica sobre las Obres de otras cinco obras por su mayor arcaísmo tipográfico. La primera, según esta tesis, sería la Etica, Política, Oeconomia de Aristóteles, impresa probablemente en 1474 en Barcelona.
A través de esta interpretación, pues, la paternidad de la imprenta en España correspondería a Barcelona a través del ya citado libro de Aristóteles, presuntamente editado en 1474 por la sociedad formada por los impresores Bote, Von Haltz y Lanck, un año antes. En 1475, ciertamente, la imprenta ya aparece relativamente generalizada en Barcelona, Valencia y Zaragoza, difundiéndose por toda España. Sevilla imprimió su primer libro en 1476, Valladolid en 1481 y Toledo en 1483. En 1480 había seis impresores en España por 43 en Italia, 28 en Alemania, 13 en los Países Bajos, 10 en Francia y 4 en Inglaterra.
En 1600 Sevilla había impreso 751 libros, Toledo 419, Valladolid 396, Madrid 769. La mayor parte de los impresores en estos años iniciales de la imprenta fueron alemanes: Pere Brun, Nicolau Spindeler, Juan Rossenbach -quizá el más famoso por sus libros ilustrados-, Juan Luchner, Gerard Preuss, Pedro Hagenbech, etcétera.
Comparando la producción editorial española con la europea, Chaunu considera que antes de 1500 en España se habían editado unos 1.000 incunables, el 3 por ciento aproximadamente de los impresos en Europa en el mismo período. A lo largo del siglo XVI la cifra subiría en España a 10.000, un 7 por ciento de la producción editorial en Europa. En el ámbito catalán la producción editorial sería aún más limitada que en Castilla. Hasta 1500, en todos los países de habla catalana, según Bohigas, se editaría un total de 258 libros (de los que 117 serían en catalán). En la obra de Norton, de 1500 a 1520 se reseñan 302 ediciones de libros en el ámbito catalán, lo que presupone una muy elevada tasa de crecimiento respecto a los años anteriores.
En la primera mitad del siglo XVI la coyuntura, según Bennassar, fue muy favorable para la producción de libros. Christian Peligry escribe: "Los Reyes Católicos, llenos de asombro ante el nuevo arte de la imprenta, promulgaron en 1480 una ley sobre los libros en la que se planteaba una amplia libertad". Esta libertad permaneció prácticamente intacta hasta la Pragmática de 1558. Simultáneamente, el crecimiento de la economía y el de la Universidad incrementaban fuertemente la demanda. En el clima de pánico provocado en España por la difusión de las doctrinas protestantes, la Pragmática del 7 de septiembre de 1558 restringió esta libertad, estableciendo un control estricto sobre las ediciones o reediciones, así como sobre las importaciones de libros. Jaime Moll ha subrayado la incidencia de esta Pragmática sobre el libro.
En 1569, hasta los mismos libros litúrgicos, y más tarde, en 1627, hasta los folletos de pocas páginas, fueron sometidos igualmente a este control. La intervención de la Inquisición perjudicó, sin lugar a dudas, la producción y la importación de libros, y Christian Peligry puede ofrecer ejemplos de las graves pérdidas sufridas por los libreros, cuyos libros eran requisados para ser expurgados, lo que provocaba una prolongada inmovilización de su capital, o incluso una amputación del mismo cuando los libros no eran devueltos.
A pesar de todo, la favorable coyuntura permitió a la producción de libros mantenerse en un nivel relativamente elevado durante la segunda mitad del siglo XVI en las principales ciudades de edición.