Comentario
La Ilustración cántabra encontró su apoyo institucional en la obra desplegada por el Consulado de Santander y por la Sociedad Cántabra de los Amigos de la Patria en Santander y Burgos, más tarde denominada sencillamente Sociedad Cantábrica. El Consulado desplegó su actuación en los terrenos característicos de la construcción de caminos, la acometida de obras de mejoras en las instalaciones portuarias, el fomento económico general y la formación profesional, con la creación de escuelas de náutica, comercio, dibujo, arquitectura y economía política. Por su parte, la Sociedad Patriótica, que frente a la composición burguesa y mercantil del Consulado había sido fundada por iniciativa del conde de Villafuertes (hermano de Pedro de Cevallos, secretario de Estado con Carlos IV y Fernando VII) y del conocido ilustrado capuchino fray Miguel de Santander (en el siglo Joaquín María Suárez de Vitorica), se distinguió por la publicación de numerosas memorias económicas (especialmente sobre agricultura y pesquerías) y por la voluntad de impulsar los estudios superiores por medio de la constitución del Seminario Cantábrico. En todo caso, así como la economía marítima conoció un notable desarrollo en las décadas finales de la centuria, no parece que el esfuerzo ilustrado bastase para sacudir la inercia de la remansada vida cultural de Santander.
Más apagado aún aparece el Setecientos extremeño. También en este caso, el principal impulso parece provenir de las Sociedades Patrióticas, que se constituyen en Coria, Plasencia y Trujillo. La de Coria fue promovida por la duquesa de Alba a finales de siglo, del mismo modo que la de Plasencia fue fundada por el marqués de Pejas, autor de una Apología sobre los establecimientos de la Junta de Caridad. El obispo de Plasencia, José González Lazo, sería el primer director de la más activa de las tres sociedades extremeñas, la de Trujillo, que publicaría una cartilla rústica para uso de los agricultores, procedería a la apertura de una escuela de primeras letras, solicitaría subsidios a la corona para introducir mejoras en el hospital y trataría de obtener la concesión de unos estudios superiores para la región, que el gobierno no autorizaría, aduciendo significativamente el atraso de la región, del mismo modo que rechazaría la creación de una sociedad patriótica en Villafranca de los Barros por la insuficiencia de su población. En Extremadura, en definitiva, la difusión de las Luces se vería entorpecida por la deficitaria situación de su economía a todo lo largo de la centuria.
En Murcia, las Luces se difunden pronto, gracias a la actividad desplegada por el cardenal Luis Antonio Belluga, obispo de Cartagena, que promovió la Casa de Misericordia, amplió el Seminario de San Fulgencio, impulsó la construcción de un puente sobre el río Segura y puso todo su empeño personal en llevar a cabo una empresa de colonización que cristalizó en las Pías Fundaciones del Bajo Segura, por más que sus posiciones abiertamente antirregalistas le indujeran finalmente a renunciar a su diócesis y a trasladarse a Roma.
Beneficiada de la protección de Floridablanca, la Ilustración alcanzará su momento de mayor esplendor en el último tercio del siglo. La figura central parece haber sido la del obispo Manuel Rubín de Celis, promotor de la reforma del Seminario de San Fulgencio, que se convirtió en importante foco regalista y jansenista. También el obispo fue uno de los animadores de la Sociedad de los Amigos del País de la ciudad, que sostendría escuelas de enseñanza elemental y de dibujo, instalaría fábricas de cintas y de tejidos, trataría de promover en la huerta el cultivo del maní y del algodón y editaría el Diario de Murcia (1792), así como su continuador, el Correo Literario de Murcia (1792-1795), posterior a otras publicaciones de este tipo, como el Semanario literario y curioso de Cartagena (1768). Finalmente, la obra de Francisco Salzillo (1707-1783) cubriría con toda brillantez la vertiente artística.
La Rioja, que conoce en el XVIII una etapa de gran prosperidad económica, no sólo a partir de las fundaciones promovidas por la Monarquía, como la fábrica de paños de Ezcaray, sino también gracias a un crecimiento autónomo de diversos sectores productivos, contó asimismo con sus Amigos del País integrados en la Rea Sociedad de la Rioja Castellana, que, impulsada por Santiago del Barrio y el conde de Ervías y al servicio en buena medida de los cosecheros de vinos de la región, se ocupó sobre todo de la promoción del comercio vitícola y de la construcción de caminos y puentes, como el levantado sobre el río Najerilla. Vinculado a la sociedad patriótica, de la que fue secretario en los años anteriores a la guerra de la Independencia, estuvo asimismo uno de los más notables ilustrados riojanos, el marino y tratadista Martín Fernández de Navarrete (1765-1844), cuya obra más destacada se desarrolla tras la restauración fernandina, cuando ejerce como secretario de la Academia de Bellas Artes, bibliotecario de la Academia de la Lengua y presidente de la Academia de la Historia.
También perteneció a la Sociedad Económica riojana Juan Antonio Llorente (1756-1823), comisario del Santo Oficio en Logroño en 1785, quien antes de partir para más altas funciones en Madrid dejó varios escritos dedicados a su región natal, como fueron sus Discursos histórico-canónicos sobre los beneficios patrimoniales de las iglesias parroquiales de Obispado de Calahorra y la Calzada o Monumento romano descubierto en Calahorra (ambos publicados en 1789). En cualquier caso, la figura de Llorente pronto escapa al marco regional para asumir un significado mucho más amplio, sobre todo por sus obras sobre el Santo Oficio y muy especialmente su Histoire critique de l'Inquisition d'Espagne, publicada en 1817 y en versión castellana en 1822.
Si Llorente ya denota la situación de encrucijada abierta al mundo vasco y navarro que tuvo la Rioja setecentista, como demuestran la redacción de sus Noticia de las provincias vascongadas (1806-1808) y su pertenencia a la Sociedad Económica Bascongada y a los Amigo del País de Tudela, la impresión se reafirma con la vinculación de otros hombres como Samaniego, o con la trayectoria de los hermanos Juan José y Fausto Delhuyar, unidos también ambos a la Bascongada y catedrático el segundo de mineralogía, metalurgia y ciencias subterráneas de la Real Escuela Metalúrgica aneja al Seminario Patriótico de Vergara, antes de cruzar el Atlántico para desarrollar buena parte de sus carreras profesionales en América.