Comentario
Los acontecimientos militares de la II Guerra Púnica tienen lugar entre los años 218-204 a. C. En ella se verán inmersas gran parte de las poblaciones de la Península Ibérica, tanto por ser la Península una parte del escenario de las batallas como por la participación de los hispanos en los bandos de ambos contendientes, en el de los romanos y, en mayor escala, en el de los cartagineses.
Para valorar la presión económica a la que se veía sometida Cartago a raíz de la pérdida de la I Guerra Púnica, pueden ser indicativos los datos siguientes. Los cartagineses debían pagar a Roma en concepto de indemnización de guerra 3.200 talentos: 1.000 talentos al final del conflicto y otros 2.200 en diez anualidades a razón de 220 talentos por año. Para evaluar ese gravamen, baste decir que los reyes de Macedonia recibían de sus súbditos, en la misma época, 200 talentos anuales. Por cálculos realizados por Giovannini sabemos que 1.000.000 de denarios equivalía a 20.000 toneladas de sal, a 165 talentos y a cerca de 4 toneladas de plata. Otro dato para la comprensión de tales cantidades es el recordar que, con 1.000.000 de denarios, se podía pagar el trigo necesario para 30-40.000.000 de hombres adultos por año o bien el sueldo anual de 2 legiones de 6.000 hombres.
Por lo mismo, el Estado cartaginés sólo podía tomar tres decisiones a raíz de su fracaso en la I Guerra Púnica: elevar los impuestos a sus poblaciones dependientes, opción que quedaba rechazada por conducir a la ruptura social, puesto que muchas de tales poblaciones venían pagando ya hasta un 50 por ciento de sus ingresos. La segunda vía consistía en ampliar sus dominios territoriales por el norte de Africa, pero esto les exigía embarcarse en guerras costosas y, además, supuesto un éxito militar, sólo podía obtener de los hipotéticos nuevos súbditos más productos agropecuarios que no eran muy rentables en los mercados; tal opción, defendida por un sector del senado cartaginés, implicaba una renuncia a toda nueva aspiración de hegemonía en el Occidente. La tercera vía, defendida por los bárquidas y sus partidarios, la que fue tomada, se orientó a la conquista del sur de la Península Ibérica, lo que ofrecía la posibilidad de disponer de los distritos mineros más importantes del Mediterráneo, las minas de plata de los entornos de Cartagena y de Linares (provincia de Jaén). Nos consta que, cuando Carthago estuvo en condiciones de obtener beneficios de este plan, sólo una mina de cerca de Castulo (Linares) rentaba 300 libras diarias de plata (=99 kilos) y que, poco después de la conquista, los romanos obtenían 1.000.000 de denarios/dracmas en 40 días con una población minera de 40.000 trabajadores sólo de las minas de Cartagena.
Las relaciones entre Roma y Cartago se venían regulando mediante tratados desde fines del siglo VI a. C. Ya en torno al 508 a. C. se sitúa el primer tratado en el que ambas ciudades fijaron unos límites de actuación económica y política. El año 348 a. C. se hizo una renovación de aquel tratado adaptándolo a las realidades políticas de ambas potencias: Roma y sus aliados comenzaban a tener intereses fuera de Italia y se comprometían a no pasar más allá de Mastia, cerca de Cartagena, y del Cabo Hermoso en el norte de Africa, salvo situaciones de emergencia marítima en cuyo caso quedaban bajo la protección de los magistrados de Cartago. Los acontecimientos de la I Guerra Púnica habían dejado en una situación institucional confusa el tratado del 348. Por ello, tan pronto Roma vio el posible peligro derivado de la conquista cartaginesa de la Península Ibérica, comenzó a intervenir de nuevo hasta terminar por firmar un nuevo tratado con Cartago en el año 226 a. C., por el que se ponía al Ebro como límite de la expansión cartaginesa.